Opinión

Elefantes

Todavía me entristece la memoria la imagen del Rey Don Juan Carlos, dolorido por una intervención quirúrgica, y mal aconsejado, pidiendo perdón a los españoles por haber cazado un elefante en Botswana. Elefante que nos costó a los contribuyentes menos que el colchón de los Sánchez, por cuanto el Rey viajó y cazó invitado por un amigo. Escribí que Don Juan Carlos, al que le sobra el sentido del humor, tendría que haber pedido perdón con un estrambote sorprendente: «Pido perdón por haber cazado ese elefante tan querido por los animalistas, ecologistas y elefantistas, y les prometo que el día que sea dado de alta por la ciencia médica, volveré a Botswana a cazar el segundo».

En Botswana, pequeño país donde se reúnen aproximadamente 200.000 elefantes –Loxodonta Africana–, se prohibió la caza de los paquidermos trompudos hace unos años. La economía se resintió y la población se atemorizó. Hoy, por cada quince habitantes de Botswana, hay un elefante. Los agricultores están arruinados, los bosques deshojados y los elefantes se han apoderado de todo. Un tercio de los elefantes de África viven en Botswana, y el número de ejemplares que se reconocen está políticamente reducido. La situación ha llevado al nuevo Gobierno a permitir de nuevo la caza del elefante y devolver a Botswana al circuito de los safaris, la principal fuente de ingresos de la pequeña nación.

Háganse a la idea. Si en España la proporción fuera similar, apenas cinco kilómetros recorridos a la salida de nuestras grandes ciudades, por cada quince españoles nos toparíamos con un elefante entre las viñas, los frutales, las dehesas, los bosques caducifolios, las plantaciones de patatas y las huertas con pimientos del Piquillo. Cuatro millones de elefantes, muchos de ellos devorando los brotes de los árboles de Villa Tinaja en La Navata, para susto de sus propietarios millonarios. No me gusta presumir de adivino, pero años atrás escribí que de no gestionar el número de ejemplares de elefantes en los Parques Nacionales de África –Sudáfrica, Tanzania, Kenya, Uganda...– los elefantes atravesarían a nado el Estrecho de Gibraltar, con la trompa emergiendo de las olas a modo de periscopio para comerse las buganvillas de Gunilla Von Bismark en Marbella, y los arbustos, plantas y flores de todos los jardines del sur, desde Sotogrande a los invernaderos frutales de El Egido almeriense. A ver la cara que se le pondría a Juanma Moreno con tan extravagante contingencia.

Aquí en España, donde tan mal se trata a los cazadores, la recién creada «Alianza Rural» que cuenta con más de un millón y medio de personas entre asociados y familias, nos aporta algunos datos de interés. Más de un millón de cazadores con la documentación y tenencia de armas perfectamente legalizadas. Más de 6.000 millones de euros de Producto Interior Bruto originados por la caza. En torno a los 200.000 puestos de trabajo relacionados con la caza, el 1,3% de la población activa. Y 615 millones de euros de retornos fiscales. Y 2.000.000 de pescadores con licencia, además de los ganaderos de Raza Pura, los ganaderos de Bravo, y la creación de la asociación de Mujeres Rurales Españolas, 6.000.000 de mujeres, el 30% de la población femenina española, una más o una menos, a expensas de la decisión que adopte Ada Colau. Y los naturalistas, animalistas, ecologistas sandía y demás coñazos, de brazos cruzados defendiendo el paro y la pobreza.

En Botswana acaban de experimentar las consecuencias de los radicalismos animalistas. Pueden respirar tranquilos los propietarios de La Navata, de Marbella, Sotogrande y Almuñécar. Los elefantes, con las pertinentes autorizaciones y cupos, volverán a ser objetivos cinegéticos. Millones de dólares de ingresos y millones de dólares salvados de la agricultura.

Entretanto, en España, los jabalíes entran en las ciudades y los pueblos y los lobos han multiplicado por quince sus manadas, que ya han colonizado las sierras de Segovia, Ávila y Madrid.

Hasta que se coman a un senderista o un ciclista de montaña.