Opinión

Arquito

Si en Arco se expusiera a la venta una figura de cuatro metros de altura del Ché Guevara destinada a que su comprador por 200.000 euros la incinerara públicamente, el escándalo sería mayúsculo y la prohibición de exponer la estatua del simpático psicópata asesino entregado por Fidel Castro al Ejército boliviano sería inmediata y terminante.

Si en Arco se vendiera una colección de «caganers» de cerámica de Talavera representando a los golpistas catalanes que están siendo juzgados, y a los huídos en Bélgica, Escocia y Suiza –Marta Rovira y Anna Gabriel estarían monísimas–, las protestas superarían el concepto del arte y la colección sería retirada de la Feria y de la venta.

Si en Arco, un artista víctima del terrorismo etarra, se atreviera a esculpir una estatua al modo ecuestre que representara a Arnaldo Otegui a lomos de una rata gigantesca valorada en 200.000 euros con obligación de final incinerado, los amigos podemitas de la ETA, organizarían una magna manifestación en desagravio al «hombre de paz» con Otegui conllevando pancarta junto a Iglesias, Monedero, Mayoral, la Montero, Jordi Évole y la guapa amazona Serra.

En España, el anterior alcalde de Puerto Real, un tal Barroso que ha desaparecido del mapa, llamó «ladrón e hijoputa» al Rey Don Juan Carlos. Su elegante manifestación fue absuelta por el tribunal Supremo amparándola en la libertad de opinión y expresión.

En España, por escribir que Roures, es independentista, tuvo relaciones amistosas con la ETA y colaboró con sus impresionantes medios con el independentismo en la revuelta del 1 de octubre, le empapelan al que ose escribir semejante barbaridad. En España, insultar al Rey es libertad de expresión y describir a Roures es una grave falta contra el honor de un humilde ciudadano.

En Arco, que será inaugurado por los Reyes y el Presidente del Perú, se expone en la presente edición –es arte, dicen–, una figura de 4 metros de altura que representa al Rey Don Felipe VI. Su autor –un artista, dicen–, se llama Santiago Sierra, y ya le ha vendido a más de un gilipollas sus obras de arte. El precio del «ninot» del Rey es de 200.000, y el comprador adquiere, junto a la obra de arte –dicen–, la obligación de quemarla. 30.000.000 de las viejas y adorables pesetas invertidos en una escultura de cartón que se quemará posteriormente. En Arco están encantados con la travesura y su respeto al arte. Y tengan por seguro que algún imbécil millonario de la izquierda o el separatismo adquirirá la pieza.

El autor, ya expuso el pasado año un montaje con el título de «Presos Políticos», que se llevó a casa después de abonar 90.000 euros un tal Tatxo Benet, íntimo amigo y socio, casualmente, de Roures. Hay que ser muy tonto para tener en el salón de la casa un mural con las estampitas de todos los golpistas con su discutible belleza. Arco, que era una feria con prestigio, a pesar del escándalo producido por esta nueva ofensa al Rey, mantendrá el «ninot» y la oferta, según su nuevo director, un individuo muy sensible con el arte. En la inauguración de la exposición de un artista del modelo Sierra, pinturas y esculturas, un gran crítico de arte británico elogió la muestra de esta guisa: «Es una exposición enriquecedora porque no da lugar a confusiones. Si las obras de arte están colgadas de la pared, son cuadros. Y si puedes rodearlas completamente en sus soportes situados en la mitad de la galería, son esculturas».

Me tiemblan las canillas de la curiosidad de saber el nombre del cretino que va a comprar el «ninot» del Rey. Podría ser Tatxo Benet, si coincide en Madrid con la feria. Respecto a los dirigentes de Arquito y especialmente de su director, carezco de intriga por conocer lo que es y lo que son. Exactamente, lo que los lectores piensan.