Opinión
Continuará
Es cierto que la opinión que preconizan los medios de comunicación tradicionales ya no influye en una ex clase media empobrecida, escarmentada? Verdad que esos ciudadanos, que antes disfrutaban de un estatus nunca visto en la historia –hablamos de la clase media tal y como se entendía en el siglo XX–, esos a quienes les prometieron un cielo consumista y expectativas eternas, propias de los años 50 del pasado siglo, se sienten desengañados. Los perdedores de la globalización guardan resentimiento, por lo que llegaron a rechazar casi todo lo que las élites creen superior moralmente, refugiándose en las redes sociales, donde se ha incubado, al ritmo de su desencanto, el monstruo de la posverdad, y el engendro de la mentira ficcionada y narrativizada para resultar atrayente. Por la crisis de la prensa, en España podría ocurrir –decían– como en otros lugares del mundo donde el «populismo» se ha afianzado. Y, cuanto más se empeñen las élites en hablar del peligro de «la ultra derecha», más pueden obcecarse muchos ciudadanos, del grueso de la pirámide social constituido por la ex clase media, en votarla. Sin embargo, están ocurriendo velozmente muchas cosas que nos obligan a replantearlo todo, otra vez. Verbigracia, desde el gran «muro» planetario de Facebook, se garantizaba a los usuarios un mundo feliz en el cual la tecnología abriera las puertas a los sueños íntimos de los ciudadanos. Los algoritmos, prometieron, eran neutrales, y estaban libres de esas pasiones y artimañas a que nos someten los designios de manipuladores humanos. Luego, sucedió que la falta de supervisión, vigilancia y dedicación de recursos por parte de FB, promovió el desbarajuste y la anarquía, la falsedad y el control de la opinión, de modo que, páginas que contaban con «dos mil millones» de seguidores, se convirtieron en trampas ideológicamente mortales para los usuarios. El escándalo de la consultora Cambridge Analytica, contratada para la campaña de Donald Trump, robó los perfiles de más de 50 millones de votantes, y maniobró para influir sobre sus votos. Hoy, las redes sociales –que parecían un sueño democrático «gratis» de libertad–, están en entredicho: solo han demostrado que, cuando al ciudadano corriente le ofrecen algo gratis, es porque «él mismo» es el producto que se compra y se vende. (Continuará...).