Opinión
El culo escurrido
Me han pedido muchos lectores que escriba de Arzallus. Lo hice, en numerosas ocasiones y siempre desde la trinchera contraria cuando vivía. No me interesa hablar mal de un muerto. Equivaldría a equipararme con los cobardes que combaten a Franco cuarenta años después de su muerte y no movieron un dedo en su contra cuando habitaba en este mundo conflictivo.
Pero voy a recontar una historieta, verídica y bienhumorada, de los tiempos en los que Javier Arzallus estudiaba en el Seminario jesuita de Offenbach, del que saltó a la capellanía de la Embajada de España en Bonn, con el embajador Sebastián de Erice. Los 18 de julio, Javier Arzallus, hijo de carlistas españolísimos, oficiaba la Santa Misa y agradecía a «nuestro Caudillo su victoria». Lo escribí en «La Razón» el 24 de agosto de 2010 con el título «Historia de un culo».
En el seminario de Offenbach de la Compañía de Jesús, sito en el barrio de Frankfurt Und Main, estudiaba Teología el seminarista de Palencia Gregorio Ruiz González, llamado por su familia y amigos «Goyo». Poco le faltaba para cantar Misa. Los sábados por la tarde se reunían en su habitación algunos seminaristas españoles para dar buena cuenta del contenido de los paquetes que recibían de España. Entre éstos había un seminarista vasco, de Azcoitia, del valle de Ignacio, que se llamaba Javier Arzallus. Teorizaba, fuera de la Teología con el diferente tamaño de los culos de los vascos comparados con los traseros del resto de los españoles. Gregorio Ruiz y Javier Arzallus eran grandes amigos y formalizaron una apuesta. Prueba con testigos. La primera prueba consistía en mostrar, tras un análisis de sangre, el RH sanguíneo. Goyo, castellano alto –y en todos los sentidos pues medía más de 190 centímetros de altura–, era palentino, como sus padres y sus abuelos. El RH de Goyo era negativo. El de Arzallus, positivo, como el de los «maketos». Y la segunda prueba, la más importante, consistió en la medición del culo de ambos contendientes. «Vosotros, los “maketos”, decía Arzallus, tenéis un culo que parece una plaza de toros, mientras los vascos lo tenemos escurrido, elegante, nada ostentoso». Arzallus se ofreció a la medición, alzóse la sotana, bajóse los gayumbos y mostró el pandero. El seminarista que hacía de juez-árbitro apuntó las medidas del culo de Arzallus. Y le llegó el turno a Goyo Ruiz González. «Ahora te mido yo el culo y vas a comprobar que lo tienes mucho más grande que yo».
Arzallus tomó el metro entre sus manos. El padre Ruiz González hizo ademán de alzarse la sotana, pero el vuelo hacia arriba de su tela negra apenas dejó ver los calcetines del jesuita castellano. Se volvió, le sonrió a Arzallus, y entre el entusiasmo general del público asistente a la gran prueba le dijo: «A ver si aprendes la lección, Javier. Un humilde “maketo” castellano no se deja deja medir el culo por un ser superior, por un vasco».
El padre Gregorio González Ruiz falleció en Dueñas, provincia de Palencia, en el año 1968, todavía en plena juventud. Sus raíces se las disputaban Dueñas y Aguilar de Campóo, donde Castilla se abre a los verdes de la bóveda del norte, Ebro arriba desde la vecina y montañesa Reinosa. A Javier Arzallus le aguardaba una vida más larga, turbulenta, y en mi opinión, de dignidad declinante. En el nacionalismo vasco lo consiguió todo, pero no pudo medirle el culo a su compañero castellano. No se trata de un cuento ni de un oportunismo aprovechando el fallecimiento del nacionalista vasco. Es un hecho verídico y sonriente que retrata a sus protagonistas. La historia de un culo escurrido, que hoy renuevo con misericordia. Estoy seguro de que el bueno de Gregorio Ruiz González habrá intervenido para que Dios perdone las perversidades de su compañero en la juventud.
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