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Opinión

Techos

Las mujeres, en política, también tropiezan con techos. De cristal no: de cemento armado. Obstáculos que cortan el paso a las más dotadas, empujándolas hacia abajo, lejos de la cima. Por una cuestión de probabilidad, no parece que entre el género femenino haya más personas mediocres, o poco capacitadas, que en el masculino, pero lo cierto es que, en política, como en todo, las mujeres ocupan un espacio a menudo subordinado. Resulta inquietante repasar la historia y comprobar que, habitualmente, cuando una mujer ha tenido poder político, ha sido por sus lazos familiares (las reinas, verbigracia), o sea: porque eran madres, hijas o esposas de hombres poderosos.

También amantes, de emperadores, ministros, caudillos... Las amantes que frecuentaban altas camas disfrutaban de influencia política, aunque procediesen de bajas cunas. En la «democrática» cama ha vivido la mujer inolvidables episodios de auténtico poder y dominio... siempre a través del hombre. Esto ocurre incluso hoy día. El lecho como escenario político: teniendo sexo, o pariendo herederos. Pero recientemente, se está perfilando la figura de otro prototipo de mujer poderosa en el espacio político: «la secretaria». Isabelita Perón, que fue la primera mujer presidenta de una república de Latinoamérica –y quizás del mundo–, comenzó siendo secretaria de Perón, luego se casó con él, y finalmente lo heredó políticamente. En política, muchas mujeres que ocupan puestos de importancia, ejercen bajo cuerda el papel de altas secretarias, cuyo cometido no difiere demasiado del propio de una secretaria ejecutiva que realiza actividades de oficina, aunque más sofisticadas, relevantes, y relacionadas con la administración pública.

Se encarga así la mujer de la confidencialidad, la administración, el «secreto», el papeleo de la dirección (que ejerce un hombre), atendiendo, cubriendo y manejando la agenda del «jefe». Las mujeres «colocadas» en puestos políticos secundarios por hombres poderosos, cumplen entonces dos funciones: hacen parecer feministas (políticamente correctos, con buena imagen) a esos hombres, que en realidad buscan subordinadas/secretarias, y además evitan que ocupen tales puestos otros hombres, competidores..., estorbos en definitiva. Las mujeres van, pues, abandonando (aunque no del todo) el lecho, y sentándose ante un escritorio, solucionando problemas para que los directivos políticos hombres solo tengan que ocuparse de la toma de decisiones. (¿Será esto un avance...?).