Opinión
Buscamos la paz auténtica
Se han vertido días atrás muchos comentarios, bastantes de ellos en contra, a propósito de la respuesta, improvisada, del Papa Francisco, a una pregunta de un periodista en el avión de regreso a Roma en uno de sus viajes sobre si pensaba venir a España. La respuesta, por improvisada, pudiera considerarse, sobre todo para españoles, no la más acertada. Ciertamente la paz a la que se refería al Papa nada tenía que ver con una situación bélica, gracias a Dios ya alcanzada hace más de ochenta años, consolidada en los últimos cuarenta con una Constitución democrática que nos dimos y que entraña concordia en libertad. No creo que el Papa no vea esto, porque es evidente la situación que vivimos. Pero, tengo que decir a renglón seguido y reconocer que fuera de España nos ven en estos momentos muy divididos y enfrentados, porque quizá estamos dando pie a que nos vean así. Las palabras del Papa estimo que deberían hacernos meditar en nuestra situación y discernir si nos estamos conduciendo por sendas de concordia o no.
Concretando: nos hallamos en periodo y proceso preelectoral de unas elecciones en que, en libertad y en conciencia, cada ciudadano dará su apoyo a quien considere oportuno y mejor pueda servir y contribuir, según su juicio ponderado, al bien común; en este periodo ¿damos testimonio de paz o de descalificaciones mutuas, de divisiones y enfrentamientos? Se me puede argüir que es normal que se observen tales descalificaciones en tiempo electoral, pero que esto pasa y es propio del juego político. Vale. Más lo que buscan los ciudadanos va más allá, buscan el bien común, en el que está incluido el bien de la paz, que no es mera ausencia de conflicto bélico y de violencia de «trincheras». Gracias a Dios desaparecieron aquellos terribles años en que sufrimos esto, en que España sufrió esta humillación, y vivimos, como he dicho, ochenta años disfrutando de una situación de ausencia de aquella violencia y del cruel enfrentamiento, la mitad de ellos conviviendo en concordia y libertad, con una Constitución democrática, obra de todos o de la inmensa mayoría que configuramos esta España nuestra, unida, de la que nadie puede estar excluido. La paz verdadera es más que mera ausencia de guerra. La paz es justicia y cumplimiento de la justicia, es verdad, es unidad, es entendimiento, es respeto, es custodia de los derechos humanos fundamentales que nos preceden y son prepolíticos, es protección de la familia, salvaguardia de la vida en todas sus fases, amparo y servicio de los más pobres, es «ecología integral», construcción en común y entre todos de la casa común que somos en la que todos deberían caber y comer en la misma mesa y de la misma mesa. Me temo, a juzgar por lo que estamos viendo y escuchando, que aún tenemos que avanzar mucho para alcanzar y vivir esa paz que necesitamos, la verdadera.
Si somos sinceros es preciso reconocer, que lo que estamos viviendo y escuchando se parece más a un «guirigay», a una especie de gallinero, que a una casa común de respeto y entendimiento, de búsqueda y proyecto común: ¿cuántas descalificaciones, cuánta búsqueda de intereses particulares, ideológicos, de partidos, de grupos, de poder estamos percibiendo por las pantallas de TV, por las emisoras de radio, por medios de comunicación escritos? ¿Esto educa para la paz y la convivencia y concordia en libertad? ¿No estamos dando la sensación a observadores imparciales desde otros lugares y ámbitos que aquí andamos a la greña e inciertos, enfrentados entre sí, reviviendo lo de las «dos Españas», incapaces de encuentro y diálogo, abiertos a encontrar entre todos, sean del color o del sector que sean, soluciones y respuestas que favorezcan el bien común que siempre es el bien de las personas y de lo que la persona entraña, y pone en el centro a la persona, a la familia, a la vida, a la educación en libertad, a los pobres, a los que sufren, a los enfermos, a la unidad de todos los pueblos y gentes de España que es un bien moral a preservar y consolidar? «Si quieres la paz, trabaja por la justicia», se ha dicho hasta la saciedad y se dice en un adagio clásico de la doctrina social de la Iglesia que ha pasado al acerbo común de nuestra cultura. Si queremos paz será necesario no revivir un pasado en el que se habla de la Iglesia con verdadero odio y rabia, como escuché y vi a través de TV con estupor una noche de estas atrás, ignorando lo que es la Iglesia, lo que la Iglesia es y hace, su entraña más honda, confieso que el rostro de odio de alguno de los contertulios me hacía retroceder a épocas pasadas, gracias a Dios superadas y me daba miedo y temor. Pero, en todo esto hemos de trabajar con ánimo mucho todavía, porque no lo cumplimos y esas situaciones de paz no cumplida tienen nombres y reflejan situaciones muy concretas que el lector podrá ponerles nombre. Lo dicho por el Papa, permítanme que lo diga libremente y en este año centenario de la Consagración de España por Alfonso XIII al Corazón de Jesús, lo tomo como una llamada a trabajar denodadamente por la unidad y la paz más auténtica en España y en la Iglesia que vive en España. Además esta colaboración semanal con este artículo me da pie para renovar públicamente y reiterar mi adhesión, obediencia fiel y leal, mi comunión con el Papa, garantía de unidad que nos confirma en nuestro ser Iglesia, que es Papa en todo momento, no el Sr. Bergoglio. Cuando Simón recibe otro nombre, Pedro, deja de ser Simón para ser Pedro. Cuanto está sucediendo en torno al Papa Francisco, ¿no será signo de una criptodivisión y de una fractura que cuanto menos está debilitando la unidad y vitalidad de la Iglesia, consubstancial a ella y a la voluntad de su Fundador, y una caída en ese «dogma» de la libertad de expresión individualista de nuestra sociedad, que requiere de mayor profundización y clarificación? La paz del Papa es la paz de Jesucristo, recibámosla, y trabajemos por ella; y seremos proclamados «dichosos» porque nuestro será el Reino de los Cielos.
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