Opinión

Demonizar al rival

La número dos de Carles Puigdemont al Congreso, Laura Borrás, puso la guinda del descaro y expresó lo que otros demuestran también con su silencio. Para esta secesionista, el escrache a Cayetana Álvarez de Toledo en Barcelona por parte de ultras independentistas fue culpa de la candidata popular, por provocar con su presencia. Algunos desean prescindir del adversario. Otra vuelta a la vieja superioridad intelectual de la izquierda: los fascistas y antidemócratas son los demás. Y estos, sean PP, Cs o Vox, merecen un cordón sanitario. Sobre todo Santiago Abascal, a quien se trata de arrojar a las tinieblas de los «apestados».

Acaba de arrancar la campaña y se acumulan signos preocupantes. Hace unos días, en Segovia, la líder madrileña de Vox, Rocío Monasterio, tuvo que refugiarse en un hotel, apedreada por «antisistemas». El jueves, en Oviedo, jóvenes que ofrecían información del partido «verde» tuvieron que levantar su mesa con protección policial, acorralados por «liberticidas». Este sábado, en San Sebastián y Bilbao, turbas de la «izquierda abertzale» han zarandeado a asistentes a los actos de Abascal. Ayer domingo, en Rentería, Cs sufrió igualmente la picadura de la serpiente. Se demoniza al rival, se le convierte en «enemigo», para luego destruirlo.

Condenar la violencia es deber democrático. Sin embargo, en esta campaña, cargada de emociones y sentimientos, algunos prefieren que ese principio se desvanezca. Tampoco hay acuerdo para deslegitimar a fanáticos que llaman «fascista» o agreden a compatriotas por defender la unidad de España y sus símbolos. ¿Qué concepto de respeto y de libertad tienen estos intolerantes, autodenominados «antifascistas», que son correa de siglas a las que Sánchez no hace ascos? Ningún demócrata puede ser tibio cuando las lógicas diferencias electorales se zanjan violentamente. España no puede parecer una democracia devaluada.