Opinión
Modelando la Nación
La idea de un artesano que moldea con sus manos la cosa pública y la crea a partir del barro, como la propia creación de habilidad técnica que parece la humanidad en los mitos, es otra metáfora estructural con gran recorrido en la historia del pensamiento político clásico. En su excelente y ya añejo libro «Metaphors we live by» de G. Lakoff y M. Johnson analizaban este tercer gran tipo de metáforas que implican la analogía de una actividad a otra y a las que dedicamos estas líneas que pueden ayudar a trazar los paralelos simbólicos de la idea de la política desde sus orígenes clásicos. En este caso, la metáfora del alfarero hunde sus raíces en la más remota historia de las ideas políticas. Solo hay que pensar que los registros palaciales de las primeras entidades políticas de la historia, las ciudades de Mesopotamia, y sus disposiciones jurídicas y ejecutivas, que se grababan con escritura cuneiforme sobre arcilla, haciendo de este material uno de los más poderosos símbolos de todo lo que implica la civilización. Barro o cerámica, como la de la era neopalacial en Creta, otro ejemplo, excavada por la Escuela Británica desde los años 70 como uno de los mejores indicadores de la situación política de aquella antigua cultura.
No podemos obviar el conocido relato fundacional del Génesis en el que Yahveh crea a partir del barro al primer ser humano –que saldrá del estadio prepolítico del Edén al libre albedrío– como ejemplo clave de cómo la soberanía del Dios del Antiguo Testamento iba a encontrar una delegación simbólica en la estirpe de Adán, es decir, en la comunidad humana sobre la tierra. Pero la metáfora del alfarero como rector de los destinos de un pueblo se explicita sobre todo en el Libro de Jeremías (18.1-10), donde Yahveh lleva a Jeremías «a casa del alfarero» para oír su profecía. Entonces ve que «la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.» Con ese símil Yahveh le pregunta a Jeremías si no podrá hacer él lo mismo con Israel, que es como barro en sus manos, dependiendo de si juzga sus actos malvados o virtuosos.
En la mitología griega hay leyendas que asocian el arte de la cerámica –prerrogativa de una diosa técnica, sabia y política como Atenea y base del poder económico de Atenas– a la idea de creación y gobierno de una comunidad política. Ante todo hay muy evocadora, precisamente por su paralelo con el Génesis, que hace del titán filántropo Prometeo –ora desafiante embaucador del poder regio de Zeus ora benefactor de los seres humanos– un demiurgo que crea al hombre a partir del barro, como refieren Esopo (516), Pausanias (10.4.4) o Apolodoro (1.7.1). No por casualidad es Prometeo quien más tarde, al ver que el hombre ha quedado como criatura inerme en la creación, le otorga el fuego de la razón y el progreso que, ciertamente, conlleva la vida en común en la «polis». Ahí está el germen de la comunidad política, en el respeto mutuo y la justicia, según el «Protágoras» de Platón (321c-322d).
El mito del alfarero o demiurgo parece en Platón un modelo claro para el que crea las leyes y para quien las aplica juzgando lo conveniente, siguiendo una metáfora de largo recorrido. Así se ve con el uso de la propia palabra citada, «demiurgo» que en principio significaba simplemente en griego «artesano» –a partir de «trabajador para el demos»– pero que, a partir de su uso en el «Timeo» de Platón (28a ss.), va a devenir simbólica precisamente para esta acción casi cosmogónica, en ocasiones antropogónica e incluso a veces etnogónica, de crear un mundo o una sociedad «ex nihilo». De hecho, «demiourgós» fue un nombre utilizado para describir una clase política en Atenas, como una suerte de clase media entre las que el mítico Teseo había dividido supuestamente a la comunidad. Pero su matiz político se ve en el uso de este nombre en otras ciudades griegas del Peloponeso para referirse a diversos magistrados y jueces, en origen seguramente procedentes de la clase media.
En fin, es interesante pensar cómo esta idea pasa, en una integración de lo bíblico y lo clásico, a textos paulinos como la Epístola a los Romanos (9.20-24), donde se evidencian claves de la teología política cristiana. Dios aparece como alfarero con potestad para moldear a su pueblo–siguiendo a Jeremías 18– con un plan teleológico tanto para los «vasos de ira» como para los «de misericordia», entre judíos y gentiles. Esta idea política elimina las distinciones nacionales y convierte a los seres humanos en vasos («skeue») cuya alma puede decidir entre un buen o un mal comportamiento. Larga es la sombra de esta productiva metáfora, desde el Antiguo Oriente hasta el «nationmoulding» postcolonial.
✕
Accede a tu cuenta para comentar