Opinión
La tranquilidad de Sánchez
Los cálculos de Pedro Sánchez para seguir en La Moncloa salieron tal y como se había previsto. Así lo manifiestan personas de confianza del presidente. Con una excepción: se confiaba tener a Albert Rivera sobre la lona para, si era necesario, forzarle a la abstención en una segunda votación de investidura. Los estrategas (con el jefe de gabinete, Iván Redondo, a la cabeza) creyeron que llegado el caso, si tenían que amenazar con una repetición electoral, con un Cs en declive Rivera habría tenido que rendir armas. Naturalmente, a la luz de los resultados del 28-A este plan ha sido guardado por si sirve para el futuro.
Con la boca pequeña, la cúpula socialista deja abiertos próximos escenarios de colaboración con los naranjas. Aunque, ahora el interés sea que se visualicen los «claros portazos» de Rivera al PSOE, al menos hasta las próximas elecciones. En realidad pocos contemplan que un Rivera en alza vaya a sumar con el PSOE, por mucho sea la opción más holgada y limpia políticamente para garantizar la gobernabilidad del país durante los próximos cuatro años, cruciales economicamente hablando. Nadie entendería arriesgarse a cargar con el sambenito de «Gobierno del Ibex», además cuando Ciudadanos acaricia el cetro del centro-derecha, con un PP «en descomposición» y sus mandamases groguis sin ponerse de acuerdo siquiera en el diagnóstico del desastre.
Tampoco Sánchez, claro, desea abrir un boquete en su ala izquierda tendiendo la mano a Ciudadanos. El grito de sus bases la noche del triunfo, «¡Con Rivera no!», todavía retumba en Ferraz. Además, el presidente contempla seguir explorando los caladeros del centro-izquierda. En las generales, el líder socialista tuvo como objetivo hacerse con 500.000 de los 800.000 votos fronterizos entre PSOE y Cs. Logró 276.000. «Queda espacio para crecer», repiten sus estrategas.
Por eso en este momento en Ferraz no desean mostrar mayor cercanía con Unidas Podemos y Pablo Iglesias.
Mientras, en el barrio político de enfrente, Pablo Casado sigue con la mirara perdida. El líder el PP llegó a creerse que tenía en su mano el cambio. Él mismo –me consta– transmitió muy al final de la campaña que su partido obtendría 90 diputados, Vox 50 y Cs 40. Entre los tres 180 escaños. Según esas cuentas, tan desenfocadas, «las tres derechas» sobrepasaban en cinco escaños la mayoría absoluta. Así que, al igual que en las elecciones autonómicas de diciembre en Andalucía, el «efecto Casado» se consolidaba. Y se conseguiría la machada de desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa.
Solo así se entiende, desnortado por tales datos, que ofreciera a los de Santiago Abascal, en el último suspiro de campaña, ministerios en su Gobierno. Me imagino que desde la noche del pasado domingo el presidente del PP no se habrá podido quitar a Pedro Arriola de su pensamiento. El gurú demoscópico de José María Aznar y Mariano Rajoy, tantas veces denostado y vapuleado, era pulcro a la hora de entregar pronósticos sociológicos certeros a sus jefes para diseñar correctamente estrategias. ¿Quién ha «engañado» a Casado de esta manera?
De nada le sirve ya al PP llorar por la leche derramada. No tiene tiempo. El próximo viernes empieza una decisiva batalla electoral. Se juegan su identidad tanto como poder seguir sufragando su estructura organizativa. Es decir, el alma y el pan. El 28-A ha llenado de luto la casa popular. Probablemente por bisoñez o por soberbia, no fueron capaces de dotarse siquiera de los resortes imprescindibles para afrontar con eficacia unas elecciones. Al frente de las operaciones de la nueva campaña se colocan ahora dos mujeres de talante bien moderado: Cuca Gamarra e Isabel García Tejerina. Igual lo que necesita el Partido Popular son más mujeres inteligentes y menos testosterona.
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