Opinión
Los derechos humanos
Asistimos a un fenómeno que llama poderosamente la atención y que preocupa, porque distorsiona profundamente la verdad: con frecuencia se habla de derechos humanos refiriéndose a acciones y determinaciones para las que, en absoluto, cabe aplicar tal término. Así, por ejemplo, se habla hoy del derecho al aborto, del derecho a acortar la vida, del derecho de personas del mismo sexo a uniones equiparables al matrimonio, etc. Esto sucede, entre otras cosas, porque se ha perdido el sentido de lo que son en verdad los derechos humanos. Por eso, para no llamar o considerar derecho humano a cualquier cosa, incluso contradictoria con la misma naturaleza de lo que son los derechos humanos por su propia naturaleza, pienso que es fundamental una reflexión en nuestros días sobre este tema. Y a este tema voy a dedicar varias semanas porque creo que están desvirtuándose peligrosamente las cosas. Al abordar esta cuestión he creído que es muy iluminador el magisterio del Papa Juan Pablo II. Por ello, y, en las actuales circunstancias, como homenaje al mismo Papa, en su recuerdo y para nuestra iluminación, ofrezco estas reflexiones y otras posteriores sobre el tema. En muy poco tiempo, Juan Pablo II se convirtió a los ojos de la opinión pública en el «Papa de los derechos del hombre», y es verdad que nunca dejó de recordarlos, no solamente en Roma, sino en todos los países que le abrieron sus puertas e incluso delante de los Gobiernos que no están libres de reproches a este respecto; y así los pueblos esperaron de él que hablase e en toda ocasión de derecho y de justicia, pues nunca hizo tanta falta el definirlos.
Así es, Juan Pablo II, el Papa venido de Polonia, tierra que tanto ha sufrido a lo largo de siglos y que ha visto tantas veces conculcados los derechos de sus gentes hasta la caída del régimen comunista, fue y es «el Papa de los derechos del hombre». Ya en su primera encíclica, «Redemptor Hominis», dedica un espacio importante a este asunto tan trascendental y hace sobre este tema una reflexión de máximo interés; nuclearmente encontramos en ella como la clave de su pensamiento en esta cuestión. Posteriormente, se ocupa también de él en otras Encíclicas, también básicas para comprender la posición del Papa sobre los derechos humanos; no faltan reflexiones o postura eclesial sobre los derechos humanos o su fundamentación en algunas Exhortaciones Apostólicas; asimismo son importantes sus Mensajes con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz el primero de cada año de su pontificado; sus discursos ante la Naciones Unidas o ante el Parlamento Europeo, así como sus palabras en la casi totalidad de sus viajes apostólicos, en sus posicionamientos públicos sobre temas que tienen que ver sobre cuestionamiento o violación ocasional de los derechos humanos. Con toda certeza, la voz de Juan Pablo II que se escucha en sus palabras habladas o escritas o en sus gestos, los más sobresalientes o los más sencillos, es de entre todas las que se alzan en el mundo, la que habla de los derechos del hombre con mayor claridad, fuerza y constancia. No podía ser de otra manera para quien «el hombre es el camino», como dirá en su primera encíclica programática «Redemptor hominis. Si Juan Pablo II se hizo el evangelizador y el peregrino infatigable de los derechos del hombre, es porque los consideraba como el lugar geométrico clave de toda afirmación sobre la persona humana. Más aún, esta cuestión no fue para él un simple ejercicio teórico, sino que le nació a fuerza de lágrimas y sangre. En la tribuna de las Naciones Unidas ( 2 de octubre de 1979), se impuso el deber de recordar su proveniencia de un país sobre cuyo cuerpo vivo fué construido Auschwitz, y subrayó, antes de nada, para demostrar de qué dolorosas experiencias, y de qué sufrimientos por parte de millones de personas nació la Declaración de los derechos del hombre» .
La extraordinaria aportación del Papa San Juan Pablo II al esclarecimiento, fundamentación, promoción y defensa de los derechos del hombre brota, sin duda alguna, de una doble experiencia, de la que surge un pensamiento verdadero y no un ejercicio teórico de reflexión que fácilmente se convierte o degenera en una ideología : la experiencia de una vida enraizada plenamente en la realidad de la historia vivida con sus contemporáneos y en la experiencia del encuentro con Cristo real y vivo que es percibido en los hermanos que sufren; se trata de la experiencia, al fin única e inseparable, de vivir los gozos y los sufrimientos de los hombres, codo con codo con ellos y sin pasar de largo de los mismos, en el enraizamiento de la propia vida en Cristo que no es una idea o una doctrina o un valor, sino Alguien real que vive y actúa en nosotros, Alguien que se ha hecho hombre y para quien no le es ajeno, ni un juego o ninguna máscara, la realidad humana con toda su densidad. El mismo Papa dirá a propósito del tema que nos ocupa : «Nadie ignora que la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre nació al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial. Se diría que el hombre debe pasar por las más dolorosas experiencias para encontrar al fin los principios y las verdades aparentemente evidentes que constituyen el código de una conciencia sana, o el derecho natural, para emplear un lenguaje que hoy día no se escucha de buen grado. La más trágica experiencia de nuestro siglo –(está hablando en el siglo XX)– con las crueldades de una guerra llamada ‘total’, el exterminio de decenas de millones de personas, los horribles experimentos de los campos de exterminio, los genocidios programados, la explosión de la primera bomba atómica..., esta terrible experiencia habrá despejado de algún modo el camino para la codificación de los derechos del hombre... Se habrá comprendido, precisamente después de esta tragedia, que, en el centro de los peligros que nos amenazan, está ante todo ... el propio hombre. El esfuerzo para reparar el mal, para restablecer la paz entre las naciones, los continentes, los sistemas, debe fundarse en los derechos objetivos que retornan al hombre, por la simple razón de que es hombre».
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