Opinión

Voto desperdiciado

¡Cuánto estamos escuchando estas semanas hablar del «voto inútil»! Pedro Sánchez se ha esforzado la pasada campaña, y en esta va por el mismo camino, por convencer a los simpatizantes de Podemos de que apoyar a Pablo Iglesias es abrir la puerta a las «tres derechas». Y Pablo Casado hace lo propio con los votantes de Cs y de Vox: «Cada papeleta a Albert Rivera y a Santiago Abascal sólo ‘engorda’ a la izquierda», viene a decir. El miedo es un gran movilizador. Bien lo saben los políticos. ¿Existe el voto que no sirve para nada o, lo que es peor, que solo fortalece al adversario político?

Cataluña es el ejemplo del voto desperdiciado. Millones de catalanes comprueban lo poco que les han valido las papeletas para mejorar su calidad de vida. El independentismo, a fuerza de legislaturas fallidas, ha rizado el rizo de la incompetencia: su gobierno no gobierna y su Parlamento no legisla. La economía no funciona, las empresas huyen despavoridas ante la inseguridad jurídica, la sanidad está carcomida por los recortes, y mientras tanto millones de euros de las arcas públicas se diluyen por los desagües del

«procés».

Todas las siglas políticas que participan en las elecciones son legítimas. Por supuesto. Pero convendría tener presente sus propuestas y hacer balance de su gestión, allá donde hayan gobernado, antes de apoyarlas. Más en estas elecciones, en las que elegimos a quienes gestionan los asuntos más próximos. Porque el único voto que no vale para nada es aquel que luego no impulsa lo que es trascendental para quien vota. ¿Va a ser utilizada mi opinión para garantizar las cosas que me importan? Esa es la esencia de la democracia: un sistema de distintas opiniones públicas que se recuentan tras expresarse libremente en las urnas.