Opinión

¡¡Pablo... trata de arrancarlo!!

El PP necesita este domingo de «un gol que le meta en el partido». Como esos equipos que deambulan por el terreno de juego sufriendo el duro tanteo de un marcador claramente favorable al rival, las derechas afrontan este final de ciclo electoral hacia el 26-M –no habría más citas nacionales relevantes con las urnas hasta dentro de cuatro años– haciendo la guerra por su cuenta, sin mirar a la portería contraria y lo que es peor lanzándose unos pases que como decía el sabio de Hortaleza más que balones parecen melones. El tránsito hacia las elecciones territoriales que aguardan dentro de cuatro días es como el tramo final de prórroga en un encuentro de fútbol, si el domingo se marca ese gol que movilice los suficientes votos como para no perder las plazas regionales madrileña, castellano-leonesa o murciana y hasta se consiguen recuperar emblemas municipales –Madrid capital por encima de todo– perdidos hace cuatro años en favor del populismo podemita, entones muy probablemente se podrá decir que a partir del lunes 27 «habrá partido» a la hora de ventilar un futuro político con alternancia real de poder. Siendo coherentes con lo que se ve, se oye y se percibe, las cosas no muestran precisamente a una parroquia animosa desde lo alto de la grada, más bien lo que reina es una inquietante melancolía instalada tras los comicios generales del pasado 28 de abril, que dibujaron en la cara de esas derechas el mismo rictus de incredulidad -no por peder, sino por cómo se había pedido- que vimos reflejado esta temporada en las caras de barcelonistas, atléticos y madridistas tras las debacles de Champions en Anfield, Turín y Chamartin. Sumar entre populares, Ciudadanos y VOX prácticamente los mismos escaños obtenidos solo por el PP en 2016 ha sido un golpe demasiado duro, demasiado revelador, casi demasiado didáctico. El terremoto del «28-A» y sus réplicas haciéndose notar en esta inmediata campaña de comicios territoriales esta impidiendo al PP hacer una conveniente y necesaria digestión y el riesgo real a cuatro días para otras elecciones no es tanto una capacidad movilizadora de las izquierdas que está por demostrarse tras el «toque a rebato» de abril contra él «tsunami» de VOX al que se le ha visto el cartón, como la posibilidad de que sea el elector de derechas quien se quede en casa, presa de la depresión vistos los muchos votos estériles generados por la división en las pasadas generales y lo que es peor, por una campaña fratricida en la que, con independencia de competir por el liderazgo y condición de referente en un espacio político –que eso cuando toca es a partir del próximo lunes– las formaciones de Casado y de Rivera han optado por tirarse los trastos de forma definitiva a la cabeza, tal vez priorizando la lucha por la condición de jefe de eventuales perdedores frente a la demanda de un desconcertado votante para el que los únicos rivales son Sánchez, los «Kichis» y las «Carmenas». La disyuntiva, muy especialmente para el futuro del PP –y no son pocos los que esperan que el piloto Pablo Casado «consiga arrancarlo»– es una y trina, movilizar o irse a tomar viento.