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Opinión
El canto de la moneda
Hace diez años, las cosas eran diferentes en la política española. Todo tenía un haz y un envés, las monedas tenían cara y cruz y el bipartidismo mandaba en la corriente principal de votantes. Desde entonces ha llovido mucho. Los dos partidos principales descuidaron la manera de tratar a bolsas de votantes de cerca de dos millones de personas y empezaron a aparecer nuevas formaciones que daban respuesta a sus inquietudes. Esos novatos tuvieron al menos la cortesía de no bautizarse en principio con combinaciones de siglas impronunciables, como hasta la fecha había sido habitual, lo cual por sí solo ya pudo considerarse todo un avance.
Ciudadanos y Podemos emitían mensajes que podían ser discutibles pero al menos eran claros. Lo más enigmático y controvertible era quizá la primera persona del plural de Podemos. Parecía mal principio porque esa primera persona del plural resultaba un poco intrínsecamente xenófoba. Al fin y al cabo, el uso de esa primera persona suponía que existía un «nosotros» y un «ellos». ¿Quién era ese «ellos»? ¿El Ibex 35? ¿El Club Bilderberg? ¿Spectra? Y, lo más importante, en ese caso: ¿ese «Ellos» también podía o no debía poder? Todo resultaba muy oscuro y sin duda esa oscuridad debió influir en las nutridas deserciones que pronto sufrió la cúpula de la formación. Cabe preguntarse si el «nosotros» se refería estrictamente a Irene y Pablo y no lo habíamos entendido. E incluso cabe preguntarse cómo acabará ese binomio, porque con el rictus de mala gaita que tiene ella ya verá Pablo la que la cae en Galapagar el día en que le pise lo fregado. Antes de que me llamen machista, doy por sentado que Iglesias también debe coger la fregona igualmente en casa. Podemos debería haber aclarado bien todos esos puntos de entrada. Pero apenas tuvieron tiempo para hacerlo, porque antes de que pasara un lustro y organizaran a los suyos ya habían aparecido además «Más Madrid» y «Vox» para añadirse a la lista. Ahora, cuando lanzamos al aire la moneda de las decisiones antes de rellenar las urnas –como pudimos comprobar ayer–, la moneda cae muchas veces de canto. Pero ese canto, rugoso y biselado, va a ser de una importancia asfixiante en los próximos años.
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