Opinión

La lenta muerte del río Atrato

El Chocó es una zona selvática del noroeste de Colombia donde el cambio climático, la deforestación y la contaminación de los ríos debido a la minería ilegal y a la presencia de guerrillas amenaza la salud de sus habitantes y pone en peligro sus miles de especies animales y vegetales

Eulogia

Córdoba camina con prisa por las calles inundadas de la comunidad de Tanguí.

Entra en la casa de una vecina y se cuela por entre las huertas para mostrar

los estragos que está causando el agua: colchones mojados, muebles y

electrodomésticos estropeados, cosechas echadas a perder. “Si el gobierno no

nos ayuda, no sé cómo vamos a poder sobrevivir todos los campesinos”,

asegura. El agua le llega hasta las rodillas y la previsión meteorológica es

que seguirálloviendo. “Creo que

esta noche dormiremos en las canoas”, dice mirando al cielo. Les da miedo

hacerlo dentro de las casas por si comienza a llover con fuerza.

Decenas

de comunidades asentadas a orillas del río Atrato se inundan todos los años en

época de lluvias por el cambio climático, la deforestación de la selva y la

sedimentación del río. Gran parte de estos fenómenos están provocados por la

extracción de minerales por parte de empresas multinacionales y de grupos

ilegales. Desde el siglo pasado, la explotación de minas de oro, platino, plata

y zinc está poniendo en peligro la biodiversidad de El Chocó, que se calcula

cuenta con 900 tipos de plantas, 200 mamíferos, 600 aves, 100 reptiles y 120

anfibios.

Las

extracción de los minerales de forma mecánica, a través de la introducción de

dragas eléctricas destruye el río al que se le roba miles de hectáreas de

tierra de sus orillas. Además, cada draga amalgama oro con chorros de mercurio.

El vertido de desechos tóxicos al río Atrato y sus afluentes pone en peligro no

sólo la flora y fauna si no la salud de los habitantes del Chocó. En 2010

Colombia fue declarada por Mercury Watch como el segundo país con mayores

niveles de liberación de mercurio del mundo, un metal que se utiliza para

separar y extraer el oro de las rocas. El mercurio termina en el fondo del río

de donde los chocoanos sacan el pescado para comer. Muchos de los negocios que

se emprenden en esta zona tienen que ver con el río, como el delnex guerrillero

de las FARC, Antonio Agulo que junto a otros ex combatientes están

desarrollando un proyecto piscícola que tiene que ver con la cría de tilapia

roja. ¿Pueden estas pequeñas empresas estar a salvo de la contaminación y del

mercurio del Atrato? Ninguna autoridad se atreve a afirmarlo. Angulo asegura

que "la empresa será beneficiosa para las comunidades".

Pero

muchos otros habitantes de las pequeñas comunidades del Chocó no ven la minería

como una amenaza, sino como

su fuente de ingresos. "Es la única alternativa que tenemos los negros y

los indígenas para subsistir en este territorio porque acá no hay una empresa

del gobierno, no hay otro proyecto. Si sembramos arroz o maíz no tiene comercio",

asegura Alveiro Martínez, representante legal de la comunidad de Bebaravilla.

Gracias a su trabajo como minero ha podido construirse

una

casa de dos plantas y vivir con comodidad junto a su familia.

Grupos armados controlando las minas

Se

calcula que el 99.2% de las unidades productivas mineras del Chocó operan de

manera ilegal. Muchas de ellas están dirigidas por grupos armados como el

Ejército de Liberación Nacional y el Clan del Golfo, organizaciones terroristas

que ya operaban en la zona antes de la desmovilización de las FARC. Estos

grupos presionan a la población afrocolombiana e indígena para cobrarles un

dinero por la explotación de los mismas o para echarles de sus propias tierras.

El control por el territorio es un problema complejo que afecta a El Chocó

desde hace décadas. Las confrontaciones entre los distintos grupos armados se

han recrudecido en los últimos meses. "Existen continuos enfrentamientos

entre la guerrilla y el ejército que nos afecta en la tranquilidad, en el pancomer,

la pesca y la cacería. Hay masacre permanentemente del pueblo indígena",

asegura Luis Fernando Velasquez, líder de la Comunidad del 20. Los acuerdos de

paz firmados entre el gobierno y las FARC en 2016 no han terminado con el

problema de la violencia en El Chocó y otras zonas de Colombia. Las territorios

controlados antiguamente por las FARC son codiciados por otros grupos armados

que se los disputan a tiros y las comunidades indígenas son las grandes

perjudicadas, produciéndose desplazamientos de la población, que huye de la

violencia y de la falta de alimento.

La

ONG española Manos Unidas cuenta con programas cuyo objetivo es la pacificación

del territorio en el que

empoderan y forman a líderes locales para que sean capaces de reclamar sus

derechos, preservar su forma de vida y cuidar el medio ambiente. Es el caso de

Dora Elena Sepúlveda, trabajadora social de Orewa, que vive en la comunidad del

20. "La ayuda de Manos Unidas ha sido fundamental. Formamos líderes y

hablamos de cómo integrar a los antiguos guerrilleros de las FARC. Hace unos

meses Dora estuvo en la mesa de negociaciones con el ELN, Ejército de

Liberación del Pueblo, en calidad de líder de una comunidad indígena, unos

diálogos que el gobierno de Colombia ha roto definitivamente tras un atentado

del grupo terrorista a principios de año en Bogotá.

Las causas de la deforestación

El

control de las distintas zonas del Chocó por parte de grupos armados también

está relacionado con el cultivo de sustancias ilícitas como la cocaína, la tala

ilegal y la ampliación de las zonas para la agropecuaria. Según el Ideam, el

Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales dependiente del

gobierno de Colombia, la deforestación ha pasado de 124.035 hectáreas en 2015 a

178.597 en 2016, lo que supone un aumento del 44%. El Chocó es el segundo

departamento de Colombia más afectado por la deforestación después del de

Caquetá.

La

comunidad afrocolombiana del Chocó con la ayuda de la ong Manos Unidas creó el

Icema, la Institución Comunitaria Etnoeducativa del Medio Atrato, un proyecto

cuyo objetivo es empoderar a la población, para que sea consciente de sus

derechos y para la transmisión de los conocimientos propios de su cultura: cómo

cultivar, cuidar los animales o hacer una canoa, entre otros. Un lugar donde

aprender el saber ancestral de sus antepasados entre los que se encuentra la

conservación de su entorno que a lo largo de los siglos les ha dado de comer.

Eulogia

Córdoba me enseña un bote de miel y una botella de licor. Sonríe orgullosa. Es

una producción propia que hacen las mujeres en la comunidad de Tanguí y que

venden por todo el medio Atrato. "Prueba, verás lo rico que está".

Eulogia sabe que no hay nada como los alimentos de su tierra, El Chocó, y

luchará por seguir elaborándolos.