Opinión
Exhibicionismo
Esta semana, la vista del «procés» va a acercarse a su final con los alegatos de los abogados defensores. Si para algo ha servido todo el desfile de testigos de la defensa ha sido para que el resto de España vea con lo que tenemos que lidiar cada día aquí en Cataluña. Esa apretada síntesis de perfiles característicos proporciona al resto de nuestros compatriotas un vislumbre de por qué suceden tiros en el pie como el caso Iceta.
Estamos hablando de filósofas redichas cuyo método crítico es el narcisismo, maestros más simples que un geranio, abogados locales que no conocen como deberían la Ley Orgánica del Poder Judicial, etc. Con todo ese elemento humano es con lo que tenemos que trabajar. Nada esencialmente diferente de lo que habita en el resto de la península. Recuerden el griterío de chiquillería del Congreso el primer día de legislatura. Vimos hasta imitadores de Valle-Inclán, empeñados en hacer chistes innecesarios, mostrando cierta indisimulable ansia de protagonismo. Entendámonos, el hecho de que poseamos estas flaquezas como humanos no significa que todas estas personas no sean agradables, respetadas o tratables. Todos tenemos debilidades y carencias. Debido a eso, la vida civil en Cataluña no es nada tremendamente inconfortable; lo que se ha convertido en dañino y desesperante es la vida administrativa. La destruyó el momento en que el catalanismo incluyó al supremacismo (algo común a todas las regiones) en su ideario. ¿Nos está pasando acaso inadvertida la cantidad de gente relativamente chiflada que el sistema de escalafón partidista está vertiendo sobre nuestro sistema político?
Es decir, el gran problema no son los defectos y la escasa preparación que arrastramos la media de la gente –políticos incluidos–, sino el hecho de que desconozcamos esas flaquezas y estemos convencidos de ser unos linces, unos hachas. ¿Así hemos de legislar y educar a nuestros hijos? El estado basal de una sociedad viene dado por la comprobación de cómo, en libertad, progresan más o menos las diferentes formas de exhibicionismo. Si las supuestas élites se empeñan en hacer estos espectáculos ridículos, tarde o temprano, el votante desertará y volverá a crecer la abstención.
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