Opinión

Pablo Iglesias y el abecé de la contabilidad

Ni amigos ni enemigos disputan que la adquisición del chalet de Galapagar por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero supuso un antes y un después en la percepción que la opinión pública tenía hacia Podemos. No porque exista un fuerte prejuicio en contra de que los políticos de extrema izquierda prosperen económicamente (esa es, de hecho, una de las mayores virtudes del capitalismo: que incluso quienes se oponen a él terminan mejorando sus estándares de vida), sino porque gran parte de la narrativa política de Podemos se construyó desde sus orígenes en la crítica al rico por el hecho de ser rico. «La casta», en el lenguaje populista de 2014, no eran únicamente aquéllos que habían medrado merced a la corrupción, sino todas las personas de renta o de patrimonio elevado: el famoso top 1% que supuestamente controlaba todos los resortes de la sociedad en su propio provecho. Si quienes se bunkerizaban en urbanizaciones privadas no estaban legitimados para gobernar a los españoles, según Pablo Iglesias, entonces el reciente comportamiento del líder de Podemos debería autoexcluirlo del Gobierno según los estándares morales que él mismo marcó. La flagrante incoherencia entre su discurso populista y su vida aburguesada se terminó cerrando en falso a través de un plebiscito interno por el que los afiliados validaron las inversiones de la pareja Iglesias-Montero. Justamente, la declaración patrimonial que han presentado los diputados ante la constitución de las nuevas Cortes ha reavivado la polémica y ha colocado otra vez a Iglesias en el disparadero. No en vano, en una reciente entrevista en el que se le preguntaba sobre su situación financiera, el líder de Podemos declaraba: «Tengo una deuda de casi medio millón de euros. Si soy rico, soy rico en números rojos». Sus declaraciones denotan o una profunda ignorancia sobre los rudimentos más elementales de la contabilidad financiera o una tramposa argucia para tratar de engañar. Y es que, como todo el mundo debería saber, la riqueza neta de cualquier agente económico se determina como la diferencia entre sus activos (aquello que tiene) y sus pasivos (aquello que debe). Estar endeudado no equivale a estar en números rojos: sólo si el valor de las deudas supera el valor de los activos, entonces podemos hablar de números rojos (esto es, de insolvencia). Pablo Iglesias sólo estaría en números rojos si su vivienda exhibiera un valor de mercado inferior al medio millón de euros, algo que no parece que suceda: y, siendo así, él mismo debería saber que su riqueza neta es positiva, no negativa. ¿Por qué el líder de Podemos intenta manipular a los ciudadanos de esa forma tan obvia? Porque, aunque trate de manifestar lo contrario, sigue sin haber enterrado la flagrante incoherencia entre sus palabras y sus acciones.