Opinión
Foto en la escalinata
Ada Colau empezó su discurso de constitución del nuevo ayuntamiento de Barcelona diciendo que no era un día feliz, pero a ella se la veía contentísima. Incluso a pesar de que los camisas pardas de Torra y Maragall vinieran para silbarle, Colau cruzó decidida la plaza hasta el palacio de la Generalitat para restregarle por los morros al presidente regional una sonrisa de triunfo. La alcaldesa tendrá que administrar la ciudad con un gobierno de pacto con los socialistas y en minoría, lo cual no es mucha novedad. Los tres últimos alcaldes de Barcelona (Hereu, Trías y la propia Colau) han tenido que gobernar en esas condiciones. Pero, de ellos, la alcaldesa ha sido la única que ha conseguido repetir después de gobernar en minoría. Más que por méritos propios, su segundo mandato ha venido por la inesperada iniciativa de Valls de respaldarla con los votos de sus concejales sin pedir ningún tipo de condiciones a cambio.
La idea de Valls les ha parecido a muchos infantil, pero lo cierto es que el ex primer ministro francés se pasó la campaña municipal recordando que era socialista, aunque parece que nadie quería escucharlo. El principal descolocado fue Ernest Maragall que se veía tan desconcertado en la clásica foto de los concejales en la escalinata que incluso se puso la banda roja de concejal a medias por dentro, abrochándose sin darse cuenta la americana por encima. Entre los silbidos de los talibanes y los desajustes de indumentaria, todo parecía un poco de feria. Joaquim Forn fue traído por los agentes para que asistiera al acto y luego devuelto sin novedad a su celda por una puerta lateral. Colau obtuvo una vara y Maragall un verdadero palo.
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