Opinión
La batalla de Cibeles
En la retina de la Historia permanecen aquellas imágenes de los grandes generales de la Segunda Guerra Mundial mientras diseñaban la estrategia para asaltar sus objetivos. Salvando las distancias, no es difícil imaginar en estas últimas semanas a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Santiago Abascal y Pablo Iglesias sobre un mapa de Madrid, chincheta de colores en mano, desplegando las alianzas para apuntalar su poder en la «joya de la corona».
Sobre esa cartografía de la Comunidad y el Ayuntamiento, la izquierda comprobó a las primeras de cambio, seguramente a las primeras de cambio, en la misma noche del 26-M, que era una lucha que ya estaba perdida. PP, Cs y Vox estaban llamados a gobernar. No sin sufrimiento y negociaciones a cara de perro. Como la que han mantenido cerrada prácticamente a las cuatro de la madrugada del sábado. Así es la política hoy. Finalmente, tras regateos, amenazas y algún conejo de la chistera de última hora -como esa propuesta de Cs de reparto de la Alcaldía por turnos-, ha cundido el sentido común. En realidad, los tres partidos del centro y la derecha se han limitado a acatar el mandato de sus electores. Hubo cambio. José Luis Martínez-Almeida, del Partido Popular, es ya el nuevo alcalde. Otra cosa no se hubiese entendido.
Y si Madrid ha sido teatro de operaciones, también ha terminado siendo espejo donde remarcar las expectativas de cada uno. Las de Más Madrid, que ha visto desmoronarse las posibilidades de Manuela Carmena, víctima de un mandato lleno de demagogia, agit-prop y despilfarro, insuficientes para disfrazar una discutida administración a lo largo de los últimos cuatro años, por no entrar en las traiciones y trifulcas de Podemos. Pero también las huestes de Sánchez han observado cómo fracasaba clamorosamente su fichaje estrella, Pepu Hernández. Y junto a él, caen arruinadas las esperanzas de todo un emblema de la sobriedad como Ángel Gabilondo. Ese enorme cristal madrileño ha refractado además para Casado una imagen inesperada. La fidelidad al PP de cientos de miles de madrileños se ha sobrepuesto, sí, a decepciones, legados de corrupción y erráticas gestiones de liderazgos y confección de listas electorales. Pero ganar es gobernar, conseguir reunir alrededor apoyos, y a los populares se les ha escapado demasiado poder en municipios madrileños como para salir contentos. Sirva como ejemplo de esto lo ocurrido en la localidad de Villaviciosa de Odón, donde los populares, tras casi cuarenta años de gobierno, han perdido la Alcaldía por un pacto entre todas las demás fuerzas políticas del municipio. Desde Más Madrid a Vox han reunido fuerzas para dar el bastón de mando a José Luis Pérez Viú de Cs. Sin duda una muy mala selección de candidato hizo el PP para conciliar tantísimo rechazo. En Génova deberían tomar muy buena nota. Seguramente, el volumen de las escaramuzas ha ensordecido a Albert Rivera hasta colocarle otra lección de la «vieja política». Begoña Villacís sana la herida de una refriega que nunca pudo ganar y que jamás debió emprender. Los resultados de las generales (que luego no se repitieron en las municipales) alentaron unas expectativas que no se han cumplido por más que el partido naranja haya conseguido acumular más poder que haya tenido. Ahora le toca demostrar que es capaz de sacarle el jugo. Y, por último, Vox. Porque, guste más o menos a PP y Cs, por mucha presión que haya de otras fuerzas políticas, debe ser respetado. Los de Abascal cada día que pasa suman experiencia. Sus votos además son imprescindibles. Y, al menos en Madrid, la formación verde, obligada por sus principios, no puede continuar de invitado de piedra en un almuerzo a tres... a no ser que se pretenda que rompa la vajilla a impulsos de una militancia que cada día se siente más humillada.
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