Opinión

Borbón si lo desean

Entre los catalanistas, los adictos al lugar común intentan convencer a todo aquel que quiera oírles de que el discurso del Rey el tres de octubre de 2017, fue vivido por muchos catalanes como un antes y un después, como una ofensa sin retroceso; como un abandono de la Corona para con la hipersensible vulnerabilidad que poseemos los catalanes hacia nuestra singular identidad de ciudadanos con capacidades especiales.

Sin embargo, lo cierto es que hay indicadores objetivos como para pensar que ese supuesto desaire no pasa de ser una pura ficción; una nueva edición de los sucesivos tomos de autoayuda que se lee a sí mismo el separatismo antes de irse a dormir para levantarse la alicaída moral después de su último fracaso legal. O sea, confundir los propios deseos con la realidad.

A la hora de la verdad, Felipe VI goza de mucha más simpatía entre los catalanes de la que a los nacionalistas les gustaría reconocer. Lo que no tenemos precisamente los catalanes es presidente regional, al que no hemos votado, ni parece que haga nada fuera de sus altisonantes y aflautadas declaraciones vacuas. Pero sí que, hace muchos años, los catalanes votamos masivamente a favor del reconocimiento de la monarquía constitucional cuando tuvimos que elegir sistema político. Los separatistas perdieron clamorosamente esa votación y, cómo todavía no han digerido esa derrota, llevan décadas intentando buscar alguna excusa inventada para repetirla. Pero no todos los días se anda escogiendo en un país su futura organización política. Si se pierde una guerra, la mejor manera de remediarlo no es precisamente volver a celebrar la guerra para ver si esta vez hay más suerte y se gana.

Al contrario de lo que anhelan los sueños segregacionistas, es probable que la firme y asertiva defensa de la Constitución de Felipe VI le haya hecho ganar más defensores que perderlos en Cataluña. Simpatizantes ya tenía, por su cualidad de niño rubio parecido a su madre en la memoria de toda una generación. Pero simpatizantes no son defensores ni aún menos seguidores. Eran esos unos niveles más profundos que se había ganado su padre con la decidida actuación del 23 de febrero de 1981. Cabe pensar que el discurso de Felipe VI del 3 ha provocado que más catalanes dieran ese paso en la misma dirección que la supuesta idea de los separatistas de que lo han dado en la dirección contraria. ¿Qué nos permite sospecharlo? Aquellos que afirman sentirse decepcionados y desertar de la monarquía constitucional resulta que llevan años en Cataluña refiriéndose a él, cuando sale en las conversaciones, como «el Borbón». La población catalana en general siempre ha usado coloquialmente términos más neutros como «el rey», «Juan Carlos I» o «Felipe VI» con normalidad. Cuando llegaba un teatral que usaba con cierto tono faltón la expresión de «el Borbón» todos sabíamos que lo hacía como marca de separatismo. Es decir, que los que afirman haberse decepcionado con el rey resulta chocante que eso pueda haber sucedido cuando, con su manera de hablar y su comportamiento político, ya habían demostrado sobradamente no haberle dado nunca su confianza. Están ahí desde siempre y no han aumentado tras el discurso. Son los mismos. La expresión «el Borbón» no se escucha ni más ni menos que antes. Al revés, puede que el discurso movilizara a muchos indiferentes en la medida que el rey nos defendía de un proceso ilegal contra la mitad de la población. Y se visualizaba claramente que la palabra Borbón tan solo resulta peyorativa para algunos prejuicios.