Opinión
Nuevos
Desde la «camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer» hasta la «nueva política», todo aquello que aspira a tener futuro –lo que significa el deseo firme de gobernar el presente– se presenta como nuevo, sea del signo político que fuere. La novedad tiene salida comercial: política. Lo viejo se queda para los chamarileros de la historia. Pero hace tanto tiempo que oímos hablar de «nueva política», que empezamos a tener la sensación de que la nueva política es algo bastante viejo.
Los políticos, sagazmente, se dan cuenta de la desconfianza que despiertan en los votantes, e intentan que la apariencia de lo nuevo renueve –valga la redundancia– las ilusiones ciudadanas. Porque quien rehace sustituye y cambia, ya que el reemplazo implica relevo. Se revocan así los cimientos de la cosa pública. Aparentemente (esto es: en apariencia). Y con el remozar se blanquean también las esperanzas. En teoría. Para lo viejo se dejan la desconfianza, el desapego y la tirria. Los ciudadanos habitan en la trastienda de la cosa pública, desde la cual observan, sienten y padecen, –¡aunque también votan!– mientras albergan todo tipo de sospechas.
Es función del político intentar aliviar el descontento con promesas recién pintadas, caramelos electorales que se tienden graciosamente al votante, con sus presagios de dulzura y despreocupación. Lo nuevo es el confite de estos tiempos acres para una multitud mosqueada como nunca. La nueva política propone estrenos. Nos ha asegurado que «las cosas van a cambiar». El viejo bipartidismo o turnismo supuestamente merma entre pactos de gobierno que constituyen un espectáculo (¿inédito?) que haría espabilarse de interés al mismo Aristóteles. El conocido «argumento ad novitatem», la apelación a la novedad, asegura de manera artera que las ideas nuevas son más acertadas, más modernas, solo por el hecho de acabar de nacer.
Esta falacia lógica sirvió en su momento al fascismo tanto como a otras diversas utopías colectivistas, todas las cuales suelen presentarse como útiles e infalibles y cuya única prueba de ello sería que acaban de venir al mundo. El adanismo político, decir o hacer las cosas como si nadie las hubiera dicho y hecho antes, es un recurso muy eficaz en una época en que los ciudadanos están habituados a las «actualizaciones», tecnológicas, pero también sociales. (Nada «nuevo» bajo el sol. O sea).
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