Opinión

Ritmo y aritmética

Tengo la suerte de ser catalán, lo cual me garantiza que, si adopto el punto de vista adecuado, voy a pasarme la vida riendo dado que somos una gente bastante cómica.

Compruébenlo fijándose en cómo se ha puesto de moda estos días en la región un libro que glosa a nuestro paisano Alexandre Deulofeu titulado «El hombre que no leía los periódicos». Deulofeu (apellido que podría traducirse como «expósito» o «Dios lo hizo») pergeñó la Matemática de la Historia, según la cual aseguraba predecir los auges y caídas de los imperios a través de fórmulas numéricas. Tuvo una pifia monumental con la caída de la URSS, en la que falló por una década, pero eso no desanima a sus seguidores quienes, colocando su error sobre marcos desmesuradamente gigantescos para que el fallo sea solo de un dos por cien, intentan justificar así que nuestro Nostradamus regional esa no la viera venir.

A los catalanes nos encanta creernos que somos muy técnicos, muy eficientes y empíricos. Podemos delirar aberrantemente (como cualquier hijo de vecino en un día desafortunado) a condición de que siempre envolvamos ese delirio en una justificación lógica de aires matemáticos, por improbables que sean, para sentirnos bien. Es conmovedor. Nos han dicho tantas veces que fuimos los primeros en acceder a la industrialización (y que somos más avanzados que el resto) que al final nos lo hemos creído. Pero, ¿es real esa incidencia de las matemáticas en la vida catalana cotidiana? Me temo que más bien el nivel máximo lo marca lo que vimos el otro día en la constitución del ayuntamiento de Sant Cugat. Unos dijeron que querían hablar del 1-O. Otros les contestaron a gritos que 155. Y los de más allá empezaron a gritar 3 por ciento. Vale la pena oír el audio: los que gritan el número tres se intercalan con un ritmo perfecto entre las pausas que hacen, para tomar aire, sus contrarios que vociferan ciento cincuenta y cinco. Al final, lo que verdaderamente gusta a muchos catalanes es tan solo cantar himnos mientras los demás se marchan hartos. Ese sí que es el ritmo de su Historia en directo. Y una demostración del único y penoso uso de los números que hacemos los catalanes en nuestras deliberaciones históricas.