Opinión

Cultural

Freud –antaño adorado, comienza a ser cuestionado, incluso denostado– estaba convencido de que el progreso paga un alto precio, en forma de neurosis colectiva. Era pesimista, y se ponía incluso trágico, al hablar del «Malestar en la cultura» (1930), asegurando que una vida social ordenada –«civilizada» solía decirse– conlleva renunciar a los instintos, a las pulsiones agresivas, y al principio del placer, de manera que el sentimiento de culpa y frustración que producen el orden y el sometimiento a la convivencia ciudadana, encuentran vías de desahogo tales como el masoquismo o el suicidio. Presentaba a la cultura como un rígido corsé, compuesto de tabúes y prohibiciones, que apretaba a los ciudadanos hasta llegar a asfixiarlos. La influencia que Freud con sus teorías ha tenido, ha sido enorme, mucho más de lo que imaginamos. Resulta curioso que fueran los austriacos Freud y Hitler dos de las personas que más cambiaron la historia a lo largo del siglo XX. Sus tesis y el imperio de su pensamiento tuvieron consecuencias imprevisibles. Lo que aquel imaginativo neurólogo dedujo de la observación de la clase media austriaca, lo aplicó sin muchos remilgos al resto de la humanidad. Su idea de que lo reprimido retorna, ha propiciado el estímulo, la enseñanza y el aprendizaje de la incontinencia casi como acto político. Sus complicadas terapias implicaban una mudanza mental desde lo inconsciente a lo consciente, con parada en la catarsis que, en muchos casos, podía resultar explosiva. Freud veía la represión como causa de enfermedad, e interpretaciones falsarias y simplificadas de sus doctrinas han llevado a muchos a confundir contención con represión, autocontrol con sometimiento y opresión, además de justificar falazmente comportamientos violentos o incluso delictivos. Esa percepción resulta, al menos, del análisis de ciertas culturas que han dejado atrás el viejo malestar freudiano para expresarse hoy sin tapujos mediante la brutalidad, la agresividad y el abuso estructural. Muchos problemas del mundo tienen que ver con un estúpido «respeto» a culturas perfectamente inmundas que banalizan el mal, y usan la fuerza como único argumento, mientras el prejuicio político «correcto» impone que «todas las culturas son equiparables» (unas con mayor «malestar» civilizado que otras). Quizás la herencia mal repartida, y entendida, de Freud, nos ha llevado a aceptar el mandamiento de que todas las culturas son iguales. Craso error.