Opinión
Pactos, así no
De un tiempo a esta parte la ciudadanía ha decidido elegir a representantes de unos partidos que hasta hace unos años no existían. Además, ha seguido votando, en menor medida, a los dos que desde la transición han protagonizado la vida política en nuestro país. Esta situación ha provocado una importante segmentación de la representación. De un bipartidismo imperfecto hemos pasado a un multipartidismo, en el que ninguna fuerza por sí sola es capaz de gobernar en solitario. Este escenario aboca a los partidos a entablar complejos procesos de negociación. Lo que antes se resolvía en pocos días, ahora dura semanas o incluso meses. Fruto de la fragmentación, los acuerdos a través de la negociación, cediendo sobre cuestiones programáticas o sobre la composición de los gobiernos, van a estar a la orden del día. Ser el partido más votado sin mayoría absoluta ya no va a significar gobernar. Esas situaciones van a ser habituales y deben entrar dentro de la normalidad.
El problema surge cuando en muy poco tiempo coinciden cuatro procesos electorales, en los que la ciudadanía elige a representantes a cada institución con criterios diferentes y autónomos. A partir de ahí los partidos emprenden unas negociaciones en las que poco o nada parecen importar los contenidos programáticos o los intereses de los vecinos o del municipio de turno.
A eso hay que añadir que algunos pactos se declaran secretos y otros son cambiantes o flexibles. La sensación no es de legítimo y necesario proceso de negociación, sino de cambio de cromos. Los partidos deberían adoptar procedimientos de negociación claros y menos dependientes de sus intereses en otras instituciones. De seguir esta tónica, en lugar de aumentar la pluralidad y la capacidad de elegir de la ciudadanía, se deteriorar la imagen de la política.
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