Opinión

A golpe de presión

Lanzada a lograr la investidura en julio, a La Moncloa le salen los números con las abstenciones de ERC y Bildu. La vía Frankenstein, que ya pisó Pedro Sánchez para la moción de censura, está expedita. Por temeraria que sea, no parece que el líder del PSOE tenga empacho en recorrerla. ¡Tanto farol alentando otras opciones, para acabar llegando a la suma de izquierdas y separatistas! Es la partida a la que ha decidido apostar Sánchez, por más que aún deba atornillar a la mesa a Pablo Iglesias, a quien ha planteado un «ultimátum con la mano tendida», en cínica expresión de su núcleo duro.

De creer a los socialistas, la oferta que rechazó Iglesias el lunes pasado en su entrevista con Sánchez pasa por colaborar en tres ámbitos. Primero, contenidos: una hoja de ruta de avances sociales. Segundo, en el ámbito parlamentario, donde se le consideraría «socio preferente». Y, tercero, a nivel institucional, con la entrada de representantes morados en puestos altos de la Administración, aunque no como ministros.

La propuesta, según el entorno del secretario general de Podemos, jamás fue comunicada en su cara a cara, donde Sánchez se limitó a manifestarle que «ignoraba si podría darle carteras». Sin embargo, en las últimas horas, estrechos colaboradores del presidente se han congratulado, entre bambalinas, por haber hecho públicos los términos del acuerdo. Un salto cualitativo que, a sus ojos, alimenta el debate interno de los morados. «Hemos metido otra cuña», se jactan, confiados en que termine por imponerse el pragmatismo frente a la terquedad de Iglesias.

Ante esa percepción, Sánchez ha redoblado la presión. Ha dejado la negociación en la casilla de salida, a la espera de una respuesta a su oferta. Y, por si acaso, ha desmentido que se plantee ofrecer carteras a Podemos con su líder fuera del Gobierno. «No es una cuestión de nombres y de vetos personales, que no existen, sino de concepción de nuestro planteamiento político de fondo», se recalca oficialmente desde Ferraz.

Los más próximos a Sánchez no entienden que Iglesias demuestre «tal desconocimiento» de la personalidad del presidente en funciones como para creer que va «a enredarlo» en un debate para presentarse como una víctima suya ante las bases. «Son escaramuzas infantiles», remachan.

De hecho, recalcan que es el líder de Podemos quien debe ceder. Confían en que asuma que, como sus 42 diputados son insuficientes para dar al PSOE la mayoría absoluta, debe conformarse con cargos en la «Administración». Sánchez juega con la idea de ceder puestos en empresas públicas para posiblemente acabar llegando a alguna secretaría de Estado, a lo sumo.

«Gran parte de sus votantes –dicen desde la cúpula socialista– nunca perdonaría que por segunda vez Iglesias cegase la investidura de un socialista». Más aún por un juego de sillones. Además, como revela la encuesta de NC Report que hoy publica LA RAZÓN, Podemos sería quien más perjudicado saldría de llegarse a una repetición electoral. Más presión para la formación de ultra izquierda.

Así las cosas, o el líder morado lo toma... o lo deja. En esas andan. Y el forcejeo promete continuar. Aunque, siempre bajo una premisa susurrada por un ilustre monclovita: «¿Dónde se ha visto que el socio grande acepte las condiciones del chico?». En petit comité, el candidato del PSOE, por si acaso, acota que en campaña prometió «encabezar un Gobierno monocolor». Y es verdad, pero... también negó que la gobernabilidad fuese a descansar sobre una alianza Frankenstein.