Opinión
Provisional
Observando las cosas que pasan, pienso en Descartes cuando propugnó una «moral provisional». El filósofo recomendaba prudencia, siguiendo los principios de esta moral: obedecer las costumbres y leyes del propio país, y la religión en la que nos hemos criado. Ser moderados y buscar siempre el término medio cuando nos veamos arrastrados por una vorágine de opiniones diversas. Tomar decisiones de manera resuelta y firme, porque la duda es el peor de los contrincantes íntimos y puede complicar la existencia de una manera absurda. De manera que, cuando se toma una decisión, lo más práctico es no mirar a atrás, no revisarla una y otra vez hasta encontrar sus frágiles costuras, tirando de ellas y logrando, al fin, que se deshaga. La firmeza es, pues, una máxima que logra materializar nuestras decisiones. Dominar deseos y pasiones es también esencial: nunca conseguiremos que el mundo sea de nuestro gusto, de manera que lo más sensato e inteligente es amoldarnos nosotros al mundo, autodominándonos, teniendo el control de nuestros impulsos, sabiendo domar el instinto y no dejando que él nos domine a nosotros. Por último, elegir una buena forma de vida, cultivando la razón y la búsqueda de la verdad, era para el filósofo algo esencial. Descartes prefería dedicarse a la investigación científica y filosófica, pero no todos sienten esa inclinación, o están dotados para ejercerla. Supongo que Descartes, a quienes no pueden convertirse en filósofos o científicos, les aconsejaría llevar una vida sencillamente decente, moral, y prudente. Es verdad que esta moral provisional tiene un carácter conservador, acomodaticio, pero no hay que olvidar su sentido «provisional». Es tan solo un paso intermedio, mientras se busca un sistema definitivo. Mejor. Pienso en Descartes y su moral provisional entretanto me pregunto si los terroristas que ya no asesinan porque han descubierto (¡a buenas horas!) que matar inocentes les reporta una mala publicidad para su causa, han vivido bajo un «Der Immoralist» nietzschiano provisional, o al retortero de un inmoralismo provisional arcaico –precivilizado, brutal–, o simplemente son idiotas confusos que abrazaron en su juventud causas sangrientas que creían necesarias porque nunca han tenido sentido de la justicia. Y hoy pretenden que ya no les llamen «terroristas», sino justificar patéticamente su crimen ante la sociedad que han herido, para poder seguir soportándose a sí mismos.
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