Opinión

¿Por qué Trump levanta el veto a Huawei?

El veto de Trump a Huawei siempre cupo interpretarlo de tres formas: o como una maniobra cortoplacista que tan sólo pretendía aumentar el poder de negociación de EE UU ante la guerra comercial que mantiene con China, o como un movimiento a medio plazo para facilitar que empresas estadounidenses sean las que capitaneen el desarrollo de las redes 5G, o como una decisión largoplacista que buscaba vetar el acceso del Partido Comunista Chino (a través de empresas que indirectamente recaen bajo su control) a aspectos que afecten de manera nuclear a la seguridad nacional estadounidense.

Lo primero habría sido una irresponsabilidad, por cuanto torpedeaba infraestructuras fundamentales para nuestro bienestar futuro a cuenta de una incierta refriega arancelaria; lo segundo, sólo cabía calificarlo de práctica mercantilista anticonsumidor, puesto que los ciudadanos lo que desean son redes 5G eficientes (bajo precio y alta calidad) con independencia de si las provee la china Huawei o la estadounidense Apple; y sólo la tercera posible explicación (que, por motivos que no han trascendido y por tanto desconocemos, estuviéramos verdaderamente ante una amenaza para la seguridad de los estadounidenses) habría permitido justificar el veto trumpista a la compañía asiática.

Dado que no estamos en la cabeza del republicano, sus intenciones profundas nos resultan inasequibles, pero como poco sí podemos aproximarnos a sus decisiones al respecto dentro de la Cumbre del G-20 en Osaka. Y es que, tras la reunión mantenida con el presidente chino Xi Jinping, el republicano anunció que levantaba el veto sobre Huawei, esto es, que a partir de ahora las compañías estadounidenses podrán volver a suministrarle material a la compañía de telecomunicaciones asiática. Se trata, según ha manifestado Trump, de un gesto de buena voluntad para que prosperen las negociaciones comerciales entre ambos bloques, en cuyo caso cabe inferir que desde el principio se trató de una irresponsable jugada para presionar a China.

Y digo irresponsable porque, pese a la corta duración del veto (ni siquiera ha estado dos meses en vigor), sus efectos sí amenazan con ser persistentes: los dirigentes chinos se han dado cuenta de que dependen excesivamente de los suministros estadounidenses y de que sus gobernantes están plenamente dispuestos a emplear sus armas políticas para bloquear económica (o, llegado el caso, militarmente) al país. De ahí que Huawei, y el resto de compañías chinas, ya estén empezando a trabajar en el desarrollo interno de los propios suministros: vamos, pues, a una desglobalización por bloques (China minimizará su dependencia de EE UU y pivotará mucho más sobre la producción nacional o los intercambios con sus economías satélite) que nos perjudicará al conjunto de consumidores.

Y todo ello, además, sin ningún tipo de certeza sobre la posibilidad de una feliz conclusión de la guerra comercial entre EE UU y China: de momento, sólo se han dado una tregua en interés de ambas partes. Trump necesita llegar a las elecciones de noviembre de 2020 con una economía no debilitada por su choque proteccionista, y China pretende esperar a las siguientes presidenciales de EE UU con la esperanza de que Trump no renueve mandato.