Opinión

Mala elección

Christine Lagarde sustituirá a Mario Draghi al frente del BCE. Al final, el acuerdo a múltiples bandas entre Alemania y Francia ha terminado entregándole la Comisión Europea a la primera (Ursula Von der Leyen) y el BCE a la segunda (Christine Lagarde). Y más allá de resaltar el sexo de ambas candidatas (que, para muchos analistas, ha terminado convirtiéndose en casi el único elemento destacable), lo que verdaderamente cuenta es su perfil profesional y sus principios gestores. En este sentido, Lagarde no deja de ser una política francesa, perteneciente al ala derecha del arco político, con más que evidentes aspiraciones presidenciales: tras pasar por el FMI y, ahora, por el BCE, la guinda que sin duda terminaría de coronar su carrera sería la presidencia de la República Francesa. Pero colocar al frente de una institución tan importante como el BCE a un político ambicioso no constituye en absoluto una buena noticia para los ciudadanos europeos. Los bancos centrales deberían ser instancias independientes de los gobiernos: aquellos que manejen la política monetaria de un país no deberían verse influidos por las necesidades de financiación de los distintos países, sino que deberían determinar la oferta monetaria y los tipos de interés atendiendo a las condiciones financieras generales. Es decir, si un gobierno desea endeudarse extraordinariamente para impulsar de un modo artificial su demanda interna, no debería abusar de la imprenta del banco central para financiarse a tipos de interés manipuladamente bajos, sino que debería acudir a los mercados y afrontar el riesgo de tormenta. Por desgracia, todo apunta a que Lagarde desarrollará una política monetaria dirigida a satisfacer los intereses del Estado francés, esto es, los de una administración enormemente endeudada que, por tanto, necesitará de una política monetaria acomodaticia. Lejos de empezar a deshacer los estímulos monetarios que Draghi introdujo de manera extraordinaria, Lagarde previsiblemente los mantendrá sine die para evitar un encarecimiento del coste de la deuda que termine minando sus aspiraciones presidenciales futuras. Al hacerlo, no sólo incrementaremos el riesgo de generación de nuevas burbujas dentro de la economía europea, sino que también desincentivaremos a los políticos comunitarios a que implementen reformas estructurales que impulsen el crecimiento potencial de la Eurozona. Al final, el BCE parece haber servido para aquello para lo que fue concebido por las élites políticas francesas hace décadas: absorber y anular al Bundesbank. Cuando el euro no existía y la política monetaria era desarrollada por cada banco central nacional, el Bundesbank ejecutaba una política monetaria mucho más ortodoxa que la del resto de los bancos centrales europeos y exponía las vergüenzas inflacionistas del resto de divisas como el franco (el cual se depreciaba frente al marco). Al fusionar todos los bancos centrales en uno solo, ha terminado siendo la clase política francesa la que controla la política monetaria no sólo de Francia, sino también de Alemania. Colocando a Lagarde al frente del BCE ese control. O puede resultar más obsceno. Y eso será inevitablemente malo para todos.