Opinión
La mujer del emir
Supongo que ya habrán ustedes oído hablar del caso de la sexta esposa del emir. Ha sucedido en un país árabe: una de las esposas de un conocido jeque de la zona, disconforme con el trato que le daba su marido, se fue de casa. Dado que, en estos gobiernos autocráticos, quien manda trata al país como si fuera su cortijo, la única manera de abandonar en serio el hogar es, consecuentemente, irse también de la patria. La esposa lo ha hecho usando el protocolo humano más clásico, que consiste en marchar cuando el otro no mira, llevándose a los niños y toda la pasta que se ponga por delante. Es un comportamiento que yo no sabría decir si bueno o malo, pero lo que sí está claro es que, en todo el globo, es una línea de acción internacionalmente reconocida. Eso refuerza mi sospecha de que lo que nos separa del mundo árabe no tiene nada que ver con diferencias culturales, sino que responde a situaciones políticas y sociales muy concretas.
En los últimos años, a raíz del integrismo, se han querido convertir los conflictos en esencias identitarias, como si fueran choques telúricos entre placas tectónicas culturales. Si usted es de los que piensan así, venga, reconozca que descubrió el adjetivo «telúrico» en una novela de realismo mágico del siglo pasado y desde entonces le pone. Yo, como pertenezco al rock, no creo que el mundo sea así, sino que se basa en picores muy comunes y populares. Todos los conflictos supuestamente culturales suelen tener razones enormemente actuales, determinadas por situaciones muy inmediatas. Vean si no la reacción de la esposa del jeque que, a la que ha podido (otras no pueden, ni aquí ni en Arabia), ha escogido la iniciativa más deseada que es poner tierra de por medio, largándose con lo que verdaderamente le importa, sin atender a religiones ni costumbres.
Políticamente, por tanto, el problema del futuro árabe no me parece que vaya a ser la existencia del islam, sino la presencia del autoritarismo en cualquier faceta de su vida. E, igualmente, en el plano social, lo determinante serán las desigualdades de riqueza y poder, tan significativas que impiden el acceso de la capa social más humilde a los avances técnicos y científicos.
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