Opinión

Voz..

Hace poco oí un programa donde participó un político que fue muy poderoso, groseramente relevante, y que un día vio estupefacto cómo lo devolvían a su casa –como suele ocurrir en España– con una patada donde la espalda pierde su nombre. Lo había sido todo en un país en el que, quien agarra la vara de mando, habitualmente la usa, cuando no abusa, sin pensar que hay un mañana. Hobbes creía que todos los humanos perseguimos el poder con un ansia que solo alivia la muerte. Judith Shklar fue una importante teórica de la filosofía política. Era una catedrática de Harvard, judía letona exiliada, con una trascendental obra que ha sido ninguneada y plagiada hasta la saciedad por sus colegas hombres. La pensadora tiene el dudoso mérito de que sus plagiarios han alcanzado más repercusión que ella. (Pero esa es otra historia...). El caso es que Shklar hablaba del «liberalismo del miedo», y estaba convencida de que «la crueldad es lo peor que se puede hacer». Shklar mantenía que el liberalismo tiene una superioridad sobre otras nociones de orden porque posee mecanismos institucionales que pueden impedir «las peores vulneraciones» sobre el ciudadano. Yo, mientras oía la voz del ex poderoso patrio, reflexioné sobre las tesis de Shklar. Se trata de un tipo que, en su momento, atormentó duramente a la sociedad, con violencia, sin piedad. Entonces, cuando estaba en el poder, representaba perfectamente a la crueldad institucional en unos tiempos en los que ya no se ejerce mediante guerras, represión policial, tortura física o campos de concentración. Escucharlo cuando «mandaba» era escalofriante. Su voz tenía un tinte aterrador para todos, obligados a acatar sus normas, decisiones y dictados, por enloquecidos y feroces que fuesen. Sin embargo, ahora, al oírlo detecté que sonaba muy distinto. Con un timbre precavido, incluso tembloroso. Antaño, su voz semejaba la de Mauricia la Dura, el inolvidable personaje de Galdós («Su voz era bronca... y su lenguaje, vulgarísimo, revelando una naturaleza desordenada, con alternativos de depravación y de afabilidad», escribió en «Fortunata y Jacinta»). Mientras que, actualmente, se le oye suave y atiplado, cual Gallina Caponata. «Claro», me dije, «ha perdido el altavoz del poder y ahora oímos a su verdadero yo: un pobre acomplejado. Muy cruel. Lo peor que se puede ser en esta vida».