Opinión

Trescientos sesenta

Mi artículo de hoy iba a ir dedicado a la votación de investidura de mañana. Tal como me ha pasado a mí, imagino que todos ustedes también se han acostumbrado ya a no saber qué sucederá y a que, cuando por fin algo parece decidido, en menos de doce horas cambie todo el panorama y la situación dé un giro completo. Llevamos días y días con esos vuelcos, lo que hace pensar que hasta el último minuto no podremos estar verdaderamente seguros del resultado. Ante esa situación, iba a escribir el enésimo y tópico alegato contra la poca fiabilidad de nuestros políticos, pero me ha atrapado un momento soñador y he sufrido algunos delirios visionarios (probablemente infundados) que me gustaría compartir con ustedes.

Toda esta incertidumbre de pactos y mayorías, todos estos cambios súbitos creo que son una venganza de los políticos contra los tertulianos, los columnistas, los especialistas en análisis políticos y la gente que presume de bien informada, así como contra los poseedores de fuentes fiables. Todos ellos nos hemos pasado los últimos cuarenta meses criticando la frivolidad, la poca talla, la bisoñez de nuestra última generación de políticos. Como son humanos, se han sentido heridos y han decidido vengarse de todas las humillaciones de ese ejército de «analistillos» (en afortunada expresión de Rafa Latorre) jugando a desorientarnos, a convertirnos en un equipo de expertos obligado a confesar que no saben.

Si nos gusta pensar que los grandes manitús del asesoramiento, como Pedro Arriola o Iván Redondo, tienen capacidades casi taumatúrgicas es fácil entonces imaginarlos dándose cuenta de que dos giros de ciento ochenta grados llevan siempre exactamente a la misma posición de partida. Evidentemente son gente que acumula un gran poder, eso no lo negaré; pero no sé si estamos exagerando la vasta capacidad de cálculo que les atribuimos. A algún lugar acudirán, en sus momentos bajos, para recabar una información que les consuele y sirva de norte momentáneo.

Un delirio vano que me hace sentirme menos ridículo estos días es soñar a Iván Redondo levantándose por la mañana y, antes que nada, preguntando: ¿Qué ha dicho hoy Méndez en su columna?