Opinión

Igual

En la España de 1868 se puso de moda una palabra que deberíamos rescatar para nuestro acerbo de politiquería cotidiana: «empleomanía»; la utilizaban periodistas y costumbristas con fruición. Un poemilla de ripios de P. M. Barrera hacía una crítica de la vida pública casi idéntica a la que hoy se desgañita en Twitter: «Madre, ya he visto una carta, del hijo de Veremunda: dice que en un ministerio, tiene su plaza segura; que le dan ocho mil reales, y que la crecida turba, de porteros y ordenanzas, con respeto le saluda. Que se levanta a las once, se va a la oficina, y su única ocupación es ponerse a fumar junto a una estufa, no muy lejos de una mesa, donde hay papeles y plumas. Después sale de paseo, después come, después busca en el café a sus amigos, todos de elevada cuna, y a los teatros van, trazando amorosas aventuras. Madre, feliz el que tiene inferiores que le adulan; feliz el que cobra un sueldo; feliz el que no madruga, y en cafés, teatros y amores las horas de huelga ocupa». Ha pasado siglo y medio de aquellos versitos, y la empleomanía en las Españas ha devenido furor por el cargo público. O eso se desprende del castizo mercadeo de prebendas, sillones y sinecuras que vemos en el espectáculo político consuetudinario. Otrosí, Valentín Almirall, periodista republicano y catalanista de la Restauración, hacía crítica de la clase política de su tiempo: «Unos y otros tienen más o menos desvergüenza, más o menos verborrea; unos y otros han logrado hacer una fortuna más o menos considerable, sin haberse dedicado en ningún momento a un trabajo útil y honradamente productivo...». Exactamente la misma queja que se vierte ahora sobre el patio político. Qué poco hemos cambiado. De las mansas cortes de la Restauración, con dos partidos rivales pero bien avenidos, a la época actual, con muchos partidos mal avenidos, seguimos criticando –con indisimulada envidia por la mamandurria, ¡que ya nos gustaría!–, como en la copla del viejo Barrera: «Madre, de nuevo he sabido del hijo de Veremunda, y me asesina el despecho, y la envidia me sojuzga. Está en relaciones, madre, con una marquesa viuda, que tiene veintidós años»... Etc. (Puestazo, más bodorrio. Empleomanía incluso en el altar. Ayer igual que hoy, oiga).