Opinión

Costa Brava

La calina mancha de sombras esmeraldas esa zona borrosa en la que el mar se confunde con el cielo. Del cabo de Creus al golfo de Rosas, las nubes dibujan filigranas sobre el agua. En Poniente, se atisban las montañas mientras crecen los verdes en las hondonadas lamidas por la marea. El nombre de Costa Brava es un invento relativamente reciente, que hizo fortuna, ideado por el periodista Ferrán Agulló, en 1908, quien quiso hacer alusión al aspecto agreste de una franja de tierra que desafía al mar desde Blanes hasta Francia. Punteada de poblados marineros, blancos y serenos, mirando al mar y aceptando la invitación de su lejanía como una forma de conocer también la existencia. Marc Chagall, Dalí, Picasso... se perdieron entre sus callejuelas encaladas, por sus laberintos de blancura, hace mucho, antes de que el turismo de masas democratizara su belleza.

Es Brava porque parece como si la costa se estuviera preparando para hacer frente a la mole imponente de los Pirineos, adornada de coronas de piedra nevadas. La costa es como un espectáculo escultórico a pie de agua, semeja una sucesión interminable de figuras mitológicas esculpidas por la naturaleza: héroes que surgen de las rocas, diosas niñas que han bajado a la playa a recoger conchas..., esculturas forjadas en el contorno montaraz del litoral. Aunque a veces se dulcifica el cerco pedregoso y una inesperada delicadeza cristaliza en forma de cala, de lechos de arena suave que alivian la brusquedad de las rocas. Incluso crece en esos oasis la vegetación, desafiando a la salmuera del mar y la esterilidad mineral de los riscos. En esas pequeñas playas de arena mansa, hasta el ritmo de la brisa se aquieta.

Talabre, Cala Cristos, La Fosca de Palamós, Taballera, Cala Prona... Calas limpias, de colores afinados por el viento salobre, de sal perfumada y formas llenas. Playas que son más que simples riberas de arena: verdaderos espacios mágicos donde perder la sensación de presente y creer que vivimos en un inacabable espacio policromo, rodeado de grutas que comunican con universos verdes y recónditos envueltos en un silencio que pacifica las nubes y nos hace sentir lejos del mundo. Y es posible dormir sobre la arena mientras sospechamos que el mar no es más que un inquieto vaso de agua dulce.