Opinión
Fanfarronear
La frase que más he oído aflorar últimamente en política tiene un punto de épica novelesca y de irresponsabilidad numantina. Me refiero a la afirmación «cueste lo que cueste». Vemos a Sánchez determinado a acabar con Podemos para que los socialistas recuperen la hegemonía izquierdista. A ello dedica todas sus estrategias, incluso si el precio necesario es repetir elecciones y tener a todo un país desgobernado. Boris Johnson a su vez afirma que su determinación es sacar a Gran Bretaña de Europa «cueste lo que cueste». Trump, por su parte, dice que levantará su muro igual. En todos los casos, la población entera sabemos que estas cosas cuestan mucho. El precio será tan alto que uno desea fervientemente que tales propósitos no sean verdaderamente ideas fijas de turulato, sino que sencillamente estos mandatarios estén fanfarroneando un poco. Fanfarronear se ha vuelto una de las maneras habituales de relacionarse con el mundo por parte de los políticos. Aquí tenemos un estupendo ejemplo con Gabriel Rufián, nuestro gallito faltón. El inconveniente de ese sistema, como ha comprobado estos días el propio Rufián en sus carnes, es que, un día, otros recién llegados desbordan tus propias maneras y te fanfarronean a ti.
Por lo visto, estamos en una espiral de fachendería que puede tener efectos inesperados. Luego, todos se quejarán de que llegó un irresponsable que los desbordó por ser más fanfarrón que ellos. Y huirán cobardemente de hacer frente a la responsabilidad de la porción personal de fantasmada con la que ellos aumentaron el problema. Finalmente, llegará algún milhombres tan sicópata como para creerse sus propias fanfarronadas y pensar que, puesto que las ha dicho en público sin que se hunda el mundo, no pasará nada malo si las cumple.
Cada vez que un político dice que hará esto o aquello «cueste lo que cueste» y «por todos los medios» siempre me pregunto en voz alta: «¿Incluido el homicidio?» Porque aquí ya tuvimos a unos tarugos que, fanfarroneando, contestaron afirmativamente a esa pregunta y eso nos costó en las pasadas décadas ochocientos muertos, miles de heridos y veinte niños asesinados.
No soporto a los chulos. Son tan cretinos y primarios.
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