Opinión
Social
Ya hace mucho que escribí aquí en relación al uso, y sobre todo el abuso, de la palabra «social». Vuelvo sobre el tema porque últimamente detecto síntomas alarmantes de una suerte de fatua apoteosis de «lo social», de un enloquecido paroxismo del concepto «social», que hace que merezca la pena intentar revisar el término.
A pesar de que incluso la Wikipedia recuerda la cita de Friedrich Hayek que dice que «el adjetivo social» elimina todo el sentido de las expresiones junto a las cuales se utiliza, lo social se sigue usando como si fuera un amuleto capaz de proteger de todo mal, y de cualquier crítica, como si lo social se hubiera transformado en un paraguas cósmico en medio de una guerra nuclear entre líderes súper chiflados. Social es lo que concierne a la sociedad, que a su vez se refiere a la agrupación de un determinado número de individuos –humanos o animales– que viven en comunidad.
Pero la mayoría de las personas entiende que lo «social» es mucho más que eso. (¿Qué...? Ah: misterio). Conforme corre el tiempo, a pesar de las décadas pasadas desde que Hayek hablara de lo que ahora podría denominarse «la insignificancia de lo social», —él lo hizo en 1957—, en esta época en que las ideologías empiezan a mostrar signos de depauperación —o quizás por eso—, lo social está viviendo una edad dorada. Se ve en los titulares de los periódicos, en los discursos de los políticos, en la publicidad de productos frívolos e incluso durante las fallidas últimas negociaciones para intentar componer gobierno, cuando supimos que los ministerios propuestos presumían de sociales: Vicepresidencia Social, Ministerio de Derechos Sociales, Seguridad Social...
Parecían erratas, el descuido de un redactor que repite demasiado una palabra en un párrafo corto. Pero no: era un sagaz propósito. Porque la palabra «social» es hoy lo más aceptado de lo que queda de las ideologías, el denominador común de las promesas políticas, un incierto pasaporte a la aprobación general. O sea: la pura y simple nada. La política a veces se parece a la televisión pública: que tiene el imposible objetivo de contentar a todos, en todo, y todo el tiempo. Un logro quimérico cuya clave mágica solo puede ser «social». Esa filfa que a todos nos encanta.
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