Opinión

Las dos redes

Existió un momento, en las negociaciones del mes pasado entre Sánchez e Iglesias para formar gobierno, el cual es posible que se repita en septiembre si la desesperación de alguno de ellos cambia las posiciones actuales.

Ese momento se dio cuando Sánchez le dijo a Podemos que no iba a ofrecerle ningún ministerio visible, pero sí a cambio muchos cargos intermedios gubernamentales. En cierto modo, Sánchez le estaba ofreciendo a Iglesias la posibilidad de que creara su propia red clientelar, de que, con el reparto de esos puestos, afianzara su posición en Podemos en un momento en que estaba muy contestado. Afortunadamente para todos, esa oferta le pareció demasiado baja a Iglesias, pero no es descartable que se renueve en breve si en algún momento cree el PSOE que con eso puede doblarle el espinazo a su supuesto socio. Le ofrecerían así a Iglesias una herramienta de control de sus Podemitas, a cambio de que les dejara las manos libres.

Que exista esa simple posibilidad en nuestra política demuestra hasta que punto los diferentes tipos de redes, por su propia lógica y posibilidades, están empezando a convertirse en el nuevo Leviatán incontrolable del mundo moderno. Son las dos grandes maquinarias de dominación futura: las redes sociales tanto como las redes clientelares. Ha sido un perverso efecto de cuando los más inescrupulosos han comprobado lo rentable que podía ser el populismo y la efectividad geométrica que podían provocar ambas redes combinadas.

El populismo no es un proyecto de dominación mundial, como el nazismo o el comunismo, sino la sinergia de muchas pequeñas dominaciones. Nos vamos dirigiendo claramente, paso a paso, hacia el caciquismo internacional o multinacional. Es decir, un tejido de innumerables redes clientelares propias de cada zona de influencia. Los conflictos más sonados –y los espejismos aparentes de que exista una comunidad internacional– vendrán cuando se susciten cuales son los límites (tan borrosos) de cada zona de influencia en el universo globalizado. Ya no hay anticristo al que combatir. Lo que hay son innumerables diablillos repartidos por un mundo que nos deja atrapados en las redes que nosotros mismos hemos creado.