Opinión

El viaje a ninguna parte

Por fin, este sábado pasado, renunció Pedro Sánchez a lo que él llamaba pomposamente «ronda de contactos con los agentes sociales». Hablando en plata, consistía simplemente en fingir que estaba haciendo algo para poder echarle la culpa de todo a Podemos en el caso de que en septiembre fueran incapaces de ponerse de acuerdo y tuvieran que convocar nuevas elecciones. Los contactos eran curiosos: iban desde fabricantes de radios para ruedas de bicicleta a protectoras de animales. Dio a entender en principio que, diligente y emprendedor, pensaba pasarse así todo agosto, pero el empuje le ha durado apenas siete días de agenda; de lo cual nos alegramos todos porque a este paso lo veíamos ya reuniéndose con las damas de la templanza. Nadie cree que eso hubiera cambiado básicamente el país o el panorama votante. De hecho, la población empezaba a interpretar que lo que estaba haciendo Sánchez era un clásico de nuestras empresas: quedarte en tu ordenador, haciendo ver que trabajas fuera de horario, para que te vea el jefe y hacer méritos.

En este caso, el jefe era el público votante, pero no sé si desengañar a Pedro. Me temo que gran parte de esa población lo ve allá al fondo en su ordenador –por seguir con el símil– y sabe perfectamente (igual que el jefe) que esta viendo porno o navegando en internet. Lo que pasa es que Pedro cree que le había dado resultado aquello de la épica del relato del Peugeot abollado y recorrerse España. Su recuperación probablemente obedeció a otras razones, más que a esa especie de tómbola en gira, pero lo que inquieta es pensar que sea esa la única explicación que sean capaces de encontrarle los socialistas a su resurrección. Si es tan poca la variedad de relatos que tienen en cartera para comprender las sinuosidades de nuestra política patria, vamos listos. Eso supondrá que, cada vez que haya un problema o Sánchez tenga un tropezón estratégico, sacará su teatrillo nómada a hacer la gira en carretón por las Españas. Todos le pediremos que nos deje en paz y que, por favor, no nos venga a ver; pero me temo que él insistirá con su viaje a ninguna parte. Tiene que fingir que ha intentado hacer algo para poder echar la culpa a otros.