Opinión
Santes Creus
El Real Monasterio de Santa María de Santes Creus es una abadía cisterciense que empezó a construirse en el siglo XII; situada en Aiguamurcia, Tarragona. El mejor monumento en Cataluña de la orden cisterciense; de belleza sencilla y tenaz, contenido esplendor y una unidad artística que lo convierten en pieza de singular gracia. Sus monjes recibieron privilegios reales, que les eximían del pago de tributos y concedían dispensas sobre las tierras circundantes. Es una aldea monacal con dependencias para la vida del claustro. De una equilibrada belleza y líneas puras y tranquilas, pero de motivos inquietantes.
Gótico, barroco, románico..., se encaraman por columnas, arquivoltas, capiteles decorados con temas vegetales y escenas bíblicas trazadas en sus ventanales. Uno de ellos presenta cuadros de la vida diaria de María y Cristo, un trabajo de precisión extraordinaria, de delicadeza miniaturista, realizado probablemente a finales del siglo XIII. Es un lugar también elegido como monumento funerario: las tumbas reales de la dinastía del reino de Aragón tienen aquí su lugar perfecto de descanso eterno. El recinto transmite un sosiego sencillo, refinado, de alma románica que busca la paz olvidando satisfecha el mundanal ruido. Es única la riqueza iconográfica del conjunto, los deliciosos motivos vegetales y animales, el empeño narrativo, las imágenes.
Un antiguo cómic de piedra. Un relato ambicioso y puro de la creación. Como si las muchas manos y autores que contribuyeron a forjar el monumento se hubiesen puesto de acuerdo en contar la historia del jardín prohibido del mundo: pequeños animales y otros seres de aspecto antropomorfo que quieren devorarlos, una serie interminable de personajes a quienes los picapedreros pusieron rostro, la emoción de su lucha, el trabajo, los sueños... Sin olvidar la sátira, por supuesto, la crítica acelerada de la vida licenciosa de clérigos y nobles, atrapados por la codicia, la lujuria y el deseo.
O la imaginación desbordada en forma de engendros fantásticos, seres imaginarios que se enfrentan y devoran entre sí, como lo hace desde el origen de su tiempo el ser humano. Si hay un lugar donde los distintos artistas, con el beneplácito de sus mecenas nobles, hayan intentado retratar la comedia y tragedia del mundo, la carne y el infierno, es este espacio sagrado que aúna deliciosamente lo profano y hermoso, lo sublime y terreno.
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