Opinión

Claudia

El verano es cruel. Siempre se lleva consigo algo precioso. Éste, que abrasa con sus últimos alientos feroces, ha visto cómo terminaban prematuramente los días sobre la Tierra de mi amiga Claudia. Claudia me ha roto el corazón con su ausencia. Aunque todos somos viajeros en la estación de paso del mundo, y nada ni nadie permanece, unos aprovechan su tiempo para empeorar el planeta con su presencia, para hacer infortunados a quienes tienen la desgracia de rodearlos. Otros, los mejores, como Claudia, enriquecen todo lo que tocan, embellecen la vida y dejan tras de sí el polvo de oro de los recuerdos más tiernos.

Hay dos categorías de humanos parecidas a los cuerpos celestes: estrellas y agujeros negros. Las estrellas desprenden luz y dan vida, los agujeros negros todo se lo tragan, lo devoran, y nadie sabe qué hacen con ello, a dónde va la energía que consumen y aniquilan. Claudia era una estrella, gigante, una supernova: uno de los fenómenos más grandiosos del universo. Nadie elige a su familia, pero sí a sus amigos. Para mí, ella era una hermana por elección, por convicción, por los lazos inquebrantables de un amor sin obligaciones ni intereses. Podría hablar de mi amiga con palabras de la «Iliada» diciendo que Claudia era hermosa como una estrella, y que me hubiese gustado gritarle desde hace mucho: «¡Tu valor te perderá!».

Que sería preferible que la tierra me tragara antes que dejar de verla para siempre. Que aún sabiendo que ningún nacido, sea valiente o cobarde, puede librarse del último viaje al Hades, al lugar de la morada definitiva, nunca hay porqué apresurar el paso. Claudia era silvestre, como las flores que crecen, ofrecen su belleza al mundo, y mueren sin que nadie pueda domesticarlas en un invernadero. Le mandé una corona de flores, silvestres como ella, y añadí una cinta grabada pidiéndole que no se olvidara de mí. Luego me di cuenta de que lo habitual es lo contrario: escribir «No te olvidaremos». «Qué solos se quedan los muertos», decía Bécquer, pero no es cierto: porque somos los vivos quienes nos quedamos terriblemente solos aquí. Se llamaba Claudia Settimo, tenía el nombre, porte y gracia de una patricia romana. Viajero, piensa un momento en ella, brinda por Claudia, mientras lees estas palabras.