Opinión

Huerta

L’Horta de Valencia se bebe al río Turia justo cuando se convierte en un Nilo valenciano que permite cultivar arroz, hortalizas y cítricos. Desde la época romana se le sacó provecho. Cañas y barro dan color a este país de mar ardiente. Barro y paja eran los materiales sencillos y comunes con que se solía construir la barraca, edificación típica de la comarca, al pie de la Albufera y los arrozales.

Blasco Ibáñez describe la Huerta como un lugar soñoliento que se ponía en marcha con el canto del gallo, al son que llegaba de las primeras campanas de Valencia. Esa era la señal para que despertasen humanos y bestias. Contornos afinados con el clarear del alba. Un inmenso valle punteado de blancas alquerías. Alcira, Carcagente, Sueca, Cullera... Hoy día se incluyen municipios que históricamente no pertenecieron a «La huerta». Ahora es una extensa área metropolitana, contiene auténticas conurbaciones, lo que fueron pequeños pueblos experimentan un crecimiento constante.

El ladrillo florece como un cultivo más de la tierra, resquebrajando la vega, hasta trocarla en otra cosa, cuyo nombre no sabemos todavía. Pueblos grandes, prósperos, habitados por gentes conocedoras de su suerte, de la fortuna que tienen por vivir a esta orilla del cielo. Desde Puzol a la Albufera, la tierra va cogiendo impulso y elevándose hacia el interior. Desde la playa hasta las montañas cárdenas, un tendal de verdura pone a las acequias bajo palio. Las acequias son un recuerdo del regadío de tradición árabe. La Huerta, un jardín comestible que festeja el tiempo de cosecha.

La alegría ancestral de la abundancia. La noche de San Juan y sus deseos. No sólo naranjos o limoneros: el sueño de una noche de verano también es un níspero y la piel de un albaricoque donde se puede observar la apoteosis de un amanecer en miniatura. La Huerta valenciana está cargada de frutos insensatos, de fragancias y rumor de agua. Wenceslao Fernández Flórez decía que Valencia surte de flores a media España. Es el jardín, el vivero. Las aves sobrevuelan las tapias forradas de jazmines que el sol traspasa con diminutas bolas de fuego. La tierra es roja, resplandece. Aquí las mañanas son de oro, la mirada de las muchachas es como un cesto de frutas, y la luz tiene un jugo de naranja.