Opinión

Triunfar

Muchos jóvenes dicen estar desmotivados para trabajar por sus sueños. En los años 50 del pasado siglo, investigadores del Instituto de Tecnología de Illinois, poco preocupados por el qué dirán, o por ser tildados de socialmente incorrectos, llegaron a la conclusión de que toda persona que posee un excelente vocabulario, pero no ha conseguido grandes logros profesionales en su vida, da positivo en el test de control de pereza (por decirlo suavemente, al estilo correcto de nuestros días). Para aquellos estudiosos, el vocabulario de una persona es un claro indicio de las cualidades de su inteligencia y aptitud. Dedujeron que solo la pereza era el elemento responsable del fracaso de individuos que lo tenían todo para triunfar, sin conseguirlo nunca. La pereza los conducía al pozo de la frustración. Eran unos vagos rematados. No lograban distinguirse en su trabajo porque la molicie los encaminaba a la inacción, al desánimo. La pereza, seguramente hoy podría ser reivindicada como una enfermedad con derecho, como mínimo, a una pensión no contributiva. Pero en aquellos tiempos «El derecho a la Pereza» (1880) –del inefable Paul Lafargue, el yerno de don Carlos Marx– no tenía mucho predicamento en una sociedad que iniciaba el dulce sueño consumista de los años 50. La sociedad americana se inclinaba más por las tesis del alemán Max Weber que por las del caribeño Lafargue. Si bien, el concepto de pereza también ha sufrido, como todo, grandes transformaciones. La pereza ya no puede ser entendida como en el siglo XX, cuando la «ética del trabajo» alcanzó su más esplendoroso sentido. La pereza, que para las religiones era vicio, y estaba conectada al motor de la voluntad, actualmente se puede ligar (esta vez dicho sin ironía) a la enfermedad, pero también a la falta de motivación en un mundo en el que el trabajo duro, y la fuerza de voluntad, no siempre obtienen la recompensa que merecen. Eso se ve con claridad en el terreno de las ideas: unos las produc(imos)en, y otros las clonan, copian y obtienen beneficio del plagio. Y es que triunfar ya no es lo que fue para nuestros ancestros. Antaño, el triunfo era una operación existencial que implicaba esfuerzo y voluntad durante toda una vida. Hoy, es el nombre de un famoso reality show.