Opinión
Fecha para recordar: 24 de agosto
lE pasado día 24, fiesta de San Bartolomé ha transcurrido inadvertido para la inmensa mayoría de los españoles. Sin embargo, es una fecha inolvidable porque ese día se constituyó o inició la reforma teresiana. Es el aniversario en que santa Teresa de Jesús fundó su primer «palomarcico» con el que iniciara la reforma del Carmelo, el convento de San José de Ávila, de Carmelitas Descalzas que tanto ha significado y significa para la Iglesia y para el mundo entero, hontanar de santidad y de misión evangelizadora, de renovación de la humanidad desde aquellos momentos hasta hoy. Ese mismo día, bastantes años después, se erigió, por sugerencia de D. Adolfo Suárez, la Universidad Católica «Santa Teresa de Jesús», de Ávila, que ha dado lugar a la creación posterior de al menos cuatro Universidades Católicas más y ha abierto la puerta a más. ¿Por qué ese día? Sencillamente, porque me sugirió D. Adolfo Suárez, a la sazón vicecanciller de aquella Universidad naciente, que sí se ponía bajo el patrocinio de Santa Teresa, «¿por qué no se considera esta Universidad como una “fundación” suya, y por qué se erige en la misma fecha en que la Santa hizo su primera fundación?» Y también esta pequeña Universidad, como aquel pequeño convento, está llamado a dar grandes frutos y, con el tiempo, ser portadora de una grande obra universitaria. No son comparables las dos fundaciones, pero tienen mucho que ver entre ambas y en común.
De todas las maneras el Convento de San José de Ávila como la Universidad Católica de Santa Teresa, pequeños inicialmente, tienen una misma y grande vocación: la difusión de la misma sabiduría que reconocemos en la Santa de Ávila y el mismo horizonte que la guió y debería guiarnos hoy: Sólo Dios, «sólo Dios basta». Ese es el horizonte de la humanidad entera no sólo para vivirlo en la vida escondida de la clausura, sino para los lugares donde se forman los hombres del mañana para provocar la andadura de una humanidad nueva, hecha de hombres nuevos, como es una Universidad. Ahí es donde está la verdad, la sabiduría que toda Universidad, máxime si es de la Iglesia, ha de ofrecer al mundo. Los españoles, y particularmente los abulenses con toda razón, nos gloriamos de nuestra santa más universal y sentimos y palpamos la cercanía de la gracia de Dios que sobre nosotros, en la ciudad amurallada, ha hecho morada en la persona de Teresa de Cepeda y Ahumada. Nos sentimos y somos agraciados y privilegiados por la inmensa bondad de Dios, porque tenemos la dicha de contar entre nosotros a alguien tan nuestra y tan de Dios, tan cercana a nosotros y tan adentrada en la espesura de Dios, que nos puede guiar con maestría en el camino de Dios y hacia Él, en el camino de su amor, donde se halla la verdadera felicidad, la fuente inagotable de la vida, el origen y fundamento de todo bien, la raíz y la base para nuestra esperanza.Tengo que decir, a través de esta página cuyo espacio me ofrece semanalmente LA RAZÓN, que Dios estuvo muy grande conmigo y me hizo Obispo de Santa Teresa, de la ciudad de Ávila, conocer y querer muy de cerca al monasterio de las madres Carmelitas Descalzas de San José, y erigir aquella Universidad bajo el patrocinio de la Santa. Todo en la ciudad más alta de España, Ávila, un verdadero símbolo conserva el recuerdo de su hija predilecta: «La Santa», lugar de su nacimiento y casa solariega; la parroquia de san Juan donde fue bautizada; la catedral, con la Virgen de la Caridad, que aceptó su temprana consagración; el Convento de Gracia donde se educó con María de Briceño; la Encarnación que acogió su vocación religiosa y donde llegó a la cima de su experiencia mística y de humanidad; la Virgen de la Soterraña en la parroquia de san Vicente, donde oró camino de su primera fundación; San José, primer «palomarcico» teresiano, de donde salió Teresa, como «andariega de Dios» a fundar por toda España. Ávila, pero también España la reconocemos como «nuestra», la invocamos como patrona, la admiramos como guía y modelo incomparable. Necesitamos volver a santa Teresa de Jesús, «arroyo que lleva a la fuente» de agua viva, que sacia el corazón sediento del hombre, sediento del Dios vivo. Ella es «resplandor que conduce a la luz. Y su luz es Cristo»: luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; esperanza de los pueblos; maestro de sabiduría, libro vivo en que Teresa aprendió las verdades, en el único en que podemos aprender la Verdad de Dios y la verdad del hombre, que nos hace libres con la libertad de los hijos de Dios; piedra angular sobre la que se edifica la historia.
Estamos siempre a tiempo para volver a Santa Teresa de Jesús, a su espiritualidad y a sus escritos. Ahí aprendemos y saboreamos esa sabiduría eterna de Dios, manifestada en el tiempo, en la humanidad y humildad del Hijo de Dios, único camino de la Iglesia, único camino de Dios al hombre y del hombre a Dios, único camino del hombre a cada hombre. Necesitamos volver a santa Teresa hoy más que nunca en este mundo de eclipse de Dios, de pérdida del sentido de Dios y de quiebra de lo humano. Lo necesitan, sobre todo, los jóvenes hambrientos de trascendencia, de Dios, en sus vidas y de testigos de esa trascendencia, de nada tan necesitados como de Dios, porque tienen sed de vida, de amor, de esperanza, de felicidad y plenitud, de humanidad verdadera: y sólo Dios es esa plenitud. Sólo Él es la Vida y fuente de la Vida. Sólo Él es el amor que hace renacer constantemente una esperanza firme más allá de todo lo que produce hastío, desamor y mentira. Necesitamos la enseñanza y el testimonio de la Santa porque faltando el sentido de Dios, va perdiéndose hoy el auténtico sentido del hombre y el hombre se vuelve contra el hombre, y porque tratando de eliminar a Dios vamos eliminando al hombre y produciendo su destrucción.
Necesitamos seguir a la Santa Andariega de Ávila, Teresa de Jesús, para descubrir al «Jesús de Teresa», del que tan necesitados estamos todos los hombres, porque Él es nuestro Redentor, el único que tiene palabras de vida eterna, el único nombre en el que los hombres podemos hallar misericordia y perdón, reconciliación y paz, medicina para nuestras heridas y palabra de comprensión para nuestra fragilidad pecadora. Nuestra Santa universal, Doctora y Maestra de toda la Iglesia, no tuvo otro vivir que Cristo, porque supo apropiarse la riqueza de la Iglesia, la única que tiene, que no es otra que Jesucristo, y a ella entregó su vida. Necesitamos seguir los pasos de esta mujer santa y no dejarse engañar por nadie que trate de mostrarnos otro camino distinto al que ella siguió; otro camino distinto que el del conocimiento y el de la experiencia de Jesucristo, que únicamente se adquiere dentro de la Iglesia: en el trato y amistad con Él en la oración.
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