Opinión

No estábamos

Todos, en el fondo, andamos ya bastante hartos de los «selfies». Su desatado narcisismo empieza por fin a percibirse como algo pesado; una cosa propia más bien de una franja de edad muy concreta y de gente que no anda muy bien de lo nervios. Hemos dejado atrás aquel momento boquiabierto de éxito y novedad de los primeros años, y empieza a existir un consenso general de que insistir demasiado en ellos es signo de tendencias histéricas y de querer llamar la atención. Eso sí, seguimos todos haciéndonos «selfies». Pero los realizamos ahora, por lo menos, con una cierta parsimonia que es de agradecer. Los exhibicionistas –que han existido siempre y que seguirán existiendo– continuarán haciéndose autorretratos digitales en lugares inverosímiles y peligrosos.

Pero incluso, en esos casos, las leyes generales de selección natural juegan a favor del sentido común y, cuando alguien tiene como máxima aspiración en la vida fotografiarse gateando por la parte exterior de un rascacielos, podemos consolarnos pensando que solo es cuestión de tiempo y probabilidades que la ley de la gravedad y Darwin hagan su trabajo. Este verano, por tanto, se ha notado una clara disminución de palos de «selfie» en las playas y en los paisajes llamativos. Es ahora (cuando se retiran las olas de la manía y vuelve la cordura) el mejor momento para fijarse en los posibles aspectos positivos del «selfie», que seguro los tiene como cualquier cosa en esta vida.

La afición a los «selfies» fue agudizada por la crisis y la precarización laboral.

La gente se vio obligada a trabajar más y en cosas más diversas para ganar el mismo dinero que ganaba antes. El tiempo para uno mismo se redujo. Cuando nos quisimos dar cuenta, la vida se había convertido en mero proceso automático. Fotos y retratos de lo que nos rodea hemos hecho siempre. Pero ahora, con la digitalización, tuvimos la ocasión de comprobar que nosotros, siempre ocupados, no estábamos en ellos. Paradójicamente, no lo estábamos en la época que más aventuras, lugares, actividad y diversos trabajos nos proponía. Esa fue la función del «selfie»: situarnos en nuestra propia vida. En la época del Alzheimer, será lo único que nos acercará a saber quiénes fuimos.