Opinión
Valldemossa
Se deshace por el occidente de la isla de Mallorca. Aquí vivieron su amor, o inventaron el amor, Chopin y George Sand. Él compuso, bajo la inspiración de estos aires tranquilos, sus Preludios Op. 28, y ella la afamada «Un invierno en Mallorca». Otros artistas célebres se dejaron atrapar también por la magia de una localidad de elegante blancura. Borges, Jovellanos, Rubén Darío, Santiago Rusiñol..., se sintieron acogidos por esta belleza. Instalada en un valle, esparcida en la hondonada, con casas de aire recoleto desnudas bajo la luz del cielo, se siembra frente a unos cerros grandiosos que la envuelven con olivos, encinas y algarrobos bordeando las vertientes del Teix, cuyas aguas ofrecen abundancia a las huertas. La Cartuja, antaño residencia del rey Sancho I de Mallorca, se levantó en la sierra de Tramuntana, a buena altura, para que las brisas, con ayuda del frescor de los árboles, borrasen toda preocupación de la frente real. A finales del siglo XIV, los frailes cartujos recibieron la gracia de convertirse en dueños del lugar y lo transformaron poco a poco, acomodándose hasta el siglo XIX. Ahora es el escenario de distintas actuaciones y conciertos. Un sitio de aire cultivado y exquisito, quizás por la pátina que han ido dejando en él sus ilustres visitantes, tal vez porque Ramón Llull creó aquí el primer colegio de lenguas orientales y funcionó la primera imprenta que hubo en la isla. El caso es que, como decía Santiago Rusiñol, si Horacio hubiese llegado a Valldemossa, no habría dudado en instalarse en ella para componer odas. Aún suenan por estos lares los ecos de las risas de los hijos de George Sand, mientras acompañaban a Chopin enfermo. Aquí estuvieron desde finales de 1838 hasta febrero de 1839, pero la tuberculosis que padecía el músico no podía ser curada ni siquiera por estos aires mágicos, que traen el olor del mar filtrado como por un tamiz de hadas. Mientras la escritora quizás se decía a sí misma que la mejor medicina es el amor, vivieron rodeados del eterno jardín de Valldemossa. Los bancales amueblan las montañas de alrededor con un frescor inesperado, de gota de uva. Y hoy, los manzanos rebosan de frutos y las parras conquistan los tejados para sorpresa de los cipreses de la Cartuja.
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