Opinión
Las «batallas» de Sánchez
Viendo la «forzosa» comparecencia de Carmen Calvo el jueves de canícula de este agónico agosto, muchos españoles habrán sacado conclusiones fácilmente compartibles: que en inmigración, sólo los socialistas parecen tener el alma del «buen samaritano»; que el oportunismo y la obsesión de Pedro Sánchez por el cortoplacismo mediático son inagotables; y que «su» PSOE sigue aferrado a los principios del mejor marxismo, pero no el de Karl, sino el de Groucho: «Si no le gustan mis principios, tengo otros». Incoherencia sobre otras incoherencias.
Vista la escenificación en el Congreso, queda claro que si Sánchez quería acaparar el foco televisivo que le brindaba la empatía que suscitaron los náufragos vetados por Salvini, bien hubiera estado que accediera él a la tribuna de para explicar las contradicciones entre lo que hizo con el «Aquarius» hace un año y lo que no ha hecho con el «Open Arms».
Y si quería aprovechar para su «escaramuza final» contra Pablo Iglesias, los españoles le hubieran agradecido que el envite lo hubiera lanzado desde lo más alto del hemiciclo, y no en ese enésimo «canutazo» en un pasillo, negando al líder de Habría parecido que el drama de los inmigrantes varados le ocupó de verdad durante sus vacaciones en Doñana, y se justificarían las lecciones que ha pretendido dar Carmen Calvo al resto de formaciones. Los socialistas parecen creer que sólo ellos tienen sentimientos nobles.
En fin, como es marca de la casa en su mandato, Sánchez ha «estado sin estar», no sólo en la crisis del «Open Arms», también en este debate forzado por la oposición y por Iglesias para recordarle que, pese a la propaganda, su pírrica victoria el 28-A le obliga a bajar a la tierra, ponerse el mono de trabajo y, de una vez, hacer política para gobernar y no para endosar a los demás una responsabilidad que es suya.
Porque con el «Open Arms» (coartada del PSOE y sus socios para oficializar que Sánchez está de vuelta), el presidente en funciones ha actuado según el «marxismo» anteriormente citado, esos principios de quita y pon largamente acreditados por él y por su alter ego Calvo. Lo mismo vale para la inmigración que para Cataluña o la reforma laboral. Ayer sí, hoy no. Cualquier cosa en función de un único argumento: la conveniencia electoralista.
«No estamos hablando de inmigración, sino de una situación límite, y España tiene que responder como país responsable», presumió Calvo horas antes de recibir en Valencia al «Aquarius» en aquella decisión que a Sánchez tanto reconfortó. Ayer defendió lo contrario. Sin inmutarse.
Desgraciadamente, los seres humanos del «Open Arms» han sido en el Congreso apenas un ingrediente más de las «batallas» contra todos los demás partidos que tanto estimulan al presidente en funciones. A Sánchez y sus más próximos, la razón de Estado le sirve siempre para recordar que nunca falta un roto para un descosido. Por dolorosos y dramáticos que sean los rotos y los descosidos.
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