Opinión
Fango
Las fuerzas navales de Antígono I Gónatas, que era rey de Macedonia allá por los locos años 283-239 a. De C., y muy aficionado a las guerras en altamar, se disponía a entablar batalla contra las huestes del rey Ptolomeo II Filadelfo, otro rey helénico del que no era especialmente amigo del alma. La cosa no pintaba bien, y uno de los capitanes de Antígono se acercó a su señor preocupado, haciéndole notar que los bajeles enemigos eran mucho más numerosos que los suyos, y que podían enfrentarse a una gran derrota. Pero Antígono, que no tenía un espíritu apocado, se señaló el pecho con convicción y arguyó: «Y yo, que he venido en persona a luchar, ¿cuántos bajeles crees que valgo?». Porque, en contraste, el otro rey no había hecho acto de presencia. Por fortuna, Europa hace tiempo que abandonó las guerras cruentas. La sangre solamente se tolera –en enormes cantidades, eso sí– en las series de televisión. La política es (teóricamente) incruenta. Las batallas se ganan con dialéctica –o con lo que sea que ha sustituido a la dialéctica, en el caso de algunos políticos no muy hábiles con el lenguaje; o ciertos debates rastreros–; hoy se baten las lenguas: cuanto más afiladas, mejor. Por cierto que Antígono, rey que encabezaba en primera línea sus contiendas, aunque podría haberse quedado cómodamente en casa mientras sus ejércitos derramaban sangre en el frente marítimo, ganó aquella batalla. En nuestros días, tratar de convencer al Parlamento con argumentos es una batalla tan inútil como desquiciante. En el Parlamento español –o británico–, nadie vence ni convence al adversario. París bien vale una misa, mientras el Gobierno de España no vale ni una buena cogorza (quod erat demonstrandum). Diputados ingleses y españoles deberían actuar como Antígono, que en otra de sus contiendas, esta vez por tierra, metió a su ejército en un lodazal. Algunos de sus soldados lo maldecían, pringados hasta los dientes de inmundicias, y él sin darse a conocer les tendió la mano y los sacó del cieno. Cuando salieron les recomendó: «Hablad mal de vuestro rey por haberos metido en tan malos caminos, pero deseadle el bien, porque también os ha sacado de ellos». Españoles y británicos necesitamos políticos que, al menos, nos saquen del fango donde nos han metido.
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