Opinión

Rogelia

En las últimas generales, se hizo famoso un «meme» que comparaba a Pablo Echenique con Doña Rogelia. Puestos a buscar parecidos razonables, cabe pensar que el muñeco a quien más se asemeja es a Quim Torra. La ventrílocua Mari Carmen se hizo famosa practicando su especialidad acompañada de diversos títeres y uno de los más populares era esa Doña Rogelia. Se caracterizaba por unos ojos desorbitados, flanqueados en sus pómulos por dos sempiternas manchas de colorete de un subido color grana. El muñeco decía cosas sin ton ni son que provocaban en el público la risa general. Atendiendo a estos rasgos, Torra entenderá perfectamente que, cuando le vemos por la tele, gran parte de los catalanes nos acordemos vivamente de Doña Rogelia. Consigue que lo visualizamos a él con un pañuelico en la cabeza (un «mocador de fer farcells», como decimos aquí en Cataluña), lo cual no creo que esté bien porque las instituciones, para ser respetadas y tener futuro, deben transmitir seriedad y no mover a risa.

Esta semana pasada se fue a Madrid para decir desde allí, ufano, que piensa volverlo a hacer. Como él no tuvo participación en los tristes y antidemocráticos hechos del 6 y 7 de setiembre de 2017, solo cabe entender que lo único que volverá a hacer es escribir textos xenófobos, lo más tangible que ha hecho en esta vida. No olvidemos que ya tuvo que tragarse la humillación de pedir perdón por haberlos excretado. Es hacer el ridículo constante pasarse la vida pidiendo disculpas por cosas y luego amenazando con volverlas a hacer. Suena a la conocida actitud del clásico fachita nacionalista, aquel que les quita la palabra a los parlamentarios y declara exenta de derechos a la oposición. Un ejemplo de ese perfil sería los pioneros de Terra Lliure que Puigdemont recibió en Waterloo. Son personas emocional e instintivamente tan humanas como cualquiera, pero intelectualmente, en cuanto dicen cuatro palabras, se visibiliza que no estamos ante lo mejor de cada casa. La realidad de que los tontainas también pueden matar es dura, pero innegable. No espere Torra que los catalanes le tengamos ninguna consideración mientras siga pensando que es buena idea popularizar tales reblandecimientos cerebrales.