Opinión
Cuatro
Según la muestra anual de declarantes del IRPF que elabora la Agencia Tributaria, la renta media de los españoles es cuatro veces inferior a la de los diputados. Aquellos trabajadores que ganan más de 30.000 € por año pertenecen al 20% de españoles más ricos. Ganando 40.000 €, se forma parte del club exquisito de obligados tributarios donde solo cabe el 10% de los españoles. Y, así, sucesivamente... Sus Señorías ganan un salario mínimo de 54.000 €/año, mientras que el salario mínimo de la ciudadanía que (con mucha suerte) trabaja y vota es de 12.600€ (prorrateado en 14 pagas, eso sí: no vaya el personal a volverse loco). Ahí es nonada la cosa. Don Antonio de los Ríos Rosas, aunque muchos creen que es tan solo el nombre de una calle de Madrid, en realidad fue presidente del Congreso de los Diputados por unas legislaturas, entre 1863 y 1872, además de ostentar otras funciones de gobierno, en las que era experto. Conocía muy bien la «cosa pública», y cobró siempre sus buenos sueldos fijos del Estado. Una tarde, en una sesión del Congreso, se le sentó en el escaño de al lado un diputado guasón, llamado Romero Robledo, que llegaría a ministro con Amadeo I. Su Señoría, dirigiéndose a Ríos Rosas, señaló al Marqués de la Vega de Armijo, que entonces era ministro de Fomento y le dijo: «Qué curioso que un ministro como éste, de tan escasos merecimientos, no tenga a ningún diputado que lo interpele o lo ataque, mientras que a sus compañeros, que valen más que él, no dejan de atizarles». Y Ríos Rosas respondió: «¡Pues claro, pollo! Esto es así porque cuando un puesto está ocupado por un tonto, todo el mundo cree que está vacante». En nuestros días ocurre, por contraposición al siglo XIX, que tenemos muchos puestos ocupados por gente muy listísima, pero que parecen vacantes porque aquí no se mueven ni las veletas. El Estado está congelado por la inacción política. Aunque muchos opinen que Sus Señorías deberían trabajar, al menos, cuatro veces más que los curritos españoles que se desloman para alcanzar el salario mínimo. Y esto que digo no es exactamente demagogia (aunque también), y si no fuera del todo un asunto de justicia social, al menos debería serlo de justicia poética.
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