Opinión

Gratis

Cada día me resulta más fatigoso leer en la pantalla del ordenador. No sé si se cumplirá la profecía ultratecnófila que asegura que los periódicos de papel acabarán siendo sustituidos por los digitales, pero desde luego conmigo que no cuenten para rematar a la civilizada tinta y al papel. La lectura digital es un peñazo. Saltos incontrolables del «scroll» –el scroll, para quien no lo sepa, es el desplazamiento de los contenidos que se muestran en la ventana de un navegador–. Pero el scroll, no se desplaza: se mueve más que una bailarina de reggaeton con el baile de San Vito. Leer una línea con tranquilidad es una empresa arriesgada, imposible. Las letras se mueven arriba y abajo. Los párrafos saltan, las nubes se levantan, que sí, que no... Luego está lo de la «pop up» incontrolada, espídica: esa ventana emergente, que de repente aparece, mientras una intenta leer un texto, y que llena la pantalla con el anuncio de cualquier producto perjudicial para la salud, desde licores de alta graduación a universidades de graduación bajuna. Elementos de publicidad, o contenidos que, en teoría, complementan la información principal. Lo que vendría a ser un entresacado en el periódico de papel, o un anuncio, pero con estertores de moribundo y mala jindama. Además, están las malvadas «cookies» que constantemente le piden a una consentimiento para esto y para aquello y lo de más allá. Más pesadas que un hijo en la edad del pavo. Cada día, por navegar en internet, hay que «aceptar» tantas consideraciones y condiciones que, al final, nadie sabe qué acepta ni por qué, y la navegación se convierte en un continuo naufragio. El día que alguien venga a reclamarme todos los contratos que, sin saberlo, firmé intentando leer prensa (gratuita), me embargarán hasta los salvaslips. Mis ojos corren tras las letras, desesperados, el texto parece que se escabulle. Una extraña magia digital ensombrece la pantalla. Todo explota, como las fallas de Valencia. Todo salta, se contonea y palpita como una patata frita... Leer en pantalla es una experiencia alucinante, incómoda e increíblemente estúpida. Leer así no espabila la mente: la desquicia. O sea que, con el próximo desprendimiento de retina, dejaré definitivamente de leer cualquier carajo por internet. Las noticias «gratis» no valen las dioptrías que cuestan.