Opinión

Largo

«Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho», dice El Quijote. Expresión habitual en la literatura del Siglo de Oro que se refiere como es evidente a que las cosas del futuro lejano son inciertas. Los proyectos, a largo plazo, no tienen visos realistas de poderse cumplir. Quién sabe qué deparará el porvenir, que como su propio nombre indica aún no ha llegado, y al que le puede ocurrir como a Godot: que se haga de rogar. La vida está llena de imprevistos y situaciones aleatorias que lo cambian todo y echan por tierra las previsiones más sensatas y firmes.

La excusa de los padres a sus hijos: «Lo tendrás mañana», es la misma que la promesa de la astuta reina de «Alicia en el País de las Maravillas»: «Habrá pastel mañana, no hoy», lo que significa que nunca tendremos pastel, que el pastel jamás llega, porque el mañana no se vive, habita en el limbo de lo que está por pasar. Los conflictos que se alargan de forma excesiva, sin resolverse en uno u otro sentido –la situación de Venezuela, del Brexit, del gobierno español, del independentismo catalán...– tienden a crear un cansancio insoportable en quienes esperan una solución, cualquiera que esta sea, y el enojo o el odio que despiertan en sus partidarios o detractores no logra permanecer vivo, en ebullición, tanto tiempo como dura el problema, así que las emociones pueden enfriarse, incluso desaparecer. La intensidad no perdura en el tiempo. Ni el mundo material, ni el sentimental, son capaces de sostener el enorme peso de un conflicto interminable.

Nadie está preparado para seguir hasta el fondo del precipicio a Boris Johnson y su aventura equinoccial, o para juramentarse hasta la muerte con la agotadora promesa política de un cambio drástico que jamás llegará. Los individuos, hoy, están acostumbrados, por si fuera poco, a la instantaneidad, a que todo ocurra al momento. La ilusión se ha convertido en un perro que cada día luce un collar distinto, pero no engaña a nadie. En la era Google, que responde en nanosegundos la pregunta más loca, pocos esperan eternamente por nada. Las guerras dejaron de durar cien años. Y todo el mundo sabe que «nadie sabe», como diría Francisco de Rioja, «si al presente día podrá añadirse el de mañana».