
Opinión
Mil días
Hay quien está muy enfadado por lo sucedido, pero en general la reacción más común –al menos en seiscientos quilómetros a la redonda de dónde yo vivo– ha sido llorar de risa ante una plancha de tal calibre. Me refiero al resbalón que ha tenido la ONU al describir al Guernica de Picasso como «una protesta por las atrocidades de la República española» e incluir esa definición en su página web. Fíjense si deben importar poco a las nuevas generaciones la ONU, Picasso o nuestra Guerra Civil, que la gamba llevaba ahí, colgada oficialmente en internet, casi tres años y nadie se había dado cuenta.
Por mucho que Pedro Sánchez quiera resucitar la Guerra Civil para poder hacerse el héroe con algo más que una tesis, parece que la memoria de la antigua contienda no tiene una gran repercusión, ni internacional, ni generacional. No digo que eso sea bueno o malo; tal cosa esta por averiguar. Lo que digo simplemente es que no es raro. Al fin y al cabo, antes de dos décadas se cumplirán ya cien años (¡un siglo!) de la Guerra Civil. Un siglo que, si todo sigue como va, habrá tenido en nuestra historia reciente más de democracia que de franquismo. Los maniqueísmos, cuando se difuminan en el tiempo, hacen que los dos bandos se vean borrosos y las confusiones sean frecuentes. Cómo decía Borges, no hay bando provinciano que no sea idéntico a los otros, hasta en lo de creerse distinto. Serán los historiadores científicos y no los cuentos parciales del abuelo quienes al final establecerán los análisis de aquellos viejos sucesos. Sabemos ya de qué parte estaba la legalidad y también las atrocidades que se dieron por cada bando. Todo eso no parece que vaya a entrañar un gran problema.
Lo preocupante es saber, después del error grotesco, en qué lugar queda la credibilidad y fiabilidad de la ONU. ¿Abrirá próximamente una página de grandes filántropos universales y, cuando entremos, nos encontraremos en ella a Adolf Hitler, Maluma o Carles Puigdemont? ¿Quién se tomará en serio sus dictámenes? Porque si el asunto se pretende que es para tanto (rasgarse las vestiduras y pedir disculpas avergonzados) habría que reconocer que deberían, entonces, plantearse con más rigor quién revisa sus contenidos.
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